Dos miradas

La radicalización

El peligro es el terror, sí, pero también la criminalización anticipada, gratuita y temerosa. Este podría ser un atentado radical contra la democracia

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Poco después de la matanza de Niza, el Gobierno español reclamó más participación ciudadana para denunciar la hipotética radicalización de los hipotéticos y futuros terroristas. Ya lo había hecho en diciembre del año pasado con tres iniciativas que Jorge Fernández Díaz calificó como necesarias para «implicar a toda la sociedad en el combate contra la barbarie». Se activó entonces un teléfono directo con la policía, una página web y una aplicación para móviles. Todo ello con el objetivo de incentivar la delación. Digo mal. La delación, por norma general, implica la existencia de un delito. Aquí, lo que pretende el Gobierno es que aumente la sospecha.

¿Y cómo sabemos que alguien se radicaliza? ¿Porque deja de beber alcohol, de jugar a las cartas, de consumir drogas y de frecuentar tugurios? ¿Porque a partir de un momento determinado lee con pasión el Corán? ¿Con eso basta? ¿Porque que reza más de la cuenta y cambia sus rutinas?

Bertrand Cazeneuve, el ministro francés del Interior que el viernes dudaba de la filiación islamista de Lahouaiej Bouhlel, el sábado rectificaba y decía que se había radicalizado «con mucha rapidez». ¿Esto quiere decir que las denuncias ya no valen, porque la radicalización es imposible de prever con tiempo? Tenemos que estar al acecho. El peligro es el terror, sí, pero también la criminalización anticipada, gratuita y temerosa. Este podría ser un atentado radical contra la democracia. Radical, sí.