El rabillo

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RISTO MEJIDE

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No, hoy no voy a hablar de mi vida sexual, o al menos no aquí, como mínimo no ahora. Con ese título me refiero al otro rabillo, al rabillo del ojo. Aquél por donde pasan las cosas que aunque jamás las miramos, no podemos decir que no las hayamos visto. Aquél por donde la vida nos demuestra que ella sigue aunque no cuente con nuestra atención. Si es que existe un dios, cada vez tengo más claro que no está en los detalles, sino en el rabillo. Nos pasa por el lado, como sin darnos cuenta. Nos roza la vista, como sin querer.

El resto de animales, que en esto de la evolución -como en tantas otras cosas- nos llevan varios milenios de ventaja, supieron distinguir enseguida entre depredadores y depredados en función de dónde tenían colocados sus ojos. Si tu visión es frontal y genéticamente preparada para enfocar objetivos a larga distancia, eso es que eres tigre, leopardo, puma o león, lo que viene siendo un cazador nato y estás arriba de todo en la cadena alimenticia. Si tu visión es perimetral y te permite escanear tu entorno más próximo a los 360 grados que a los 0, eso es que eres cebra, gacela, lémur o dicho en plata, un pringao más en la sabana, un lineal más en este Mercadona semoviente de los que están por encima de ti.

El ser humano, con nuestros casi 180 grados de visión perimetral nos hemos quedado como en casi todo, ni chicha ni limoná. Eso nos deja en la posición más incómoda, pues nos permite, qué digo nos permite, nos exige que nos signifiquemos en función de nuestras capacidades y nuestro carácter, o mejor dicho, de nuestra personalidad. Y así llegamos hasta el día de hoy. En esta vida, si no eres depredador, eres presa. Y al final todo depende de tu elección.

Lamentablemente, el ser humano ya ha tomado partido a nivel global. Creo que como civilización ya nos hemos decantado claramente por una de las opciones y hemos olvidado para siempre las demás. Vivimos en una sociedad obsesionada con el foco, con el objetivo, con cumplir metas, con tener un sueño e ir a por él. Creemos que somos mejores gracias a la especialización, simplemente porque nos ha llevado hasta aquí. Nos creemos en posesión de la verdad simplemente porque la hemos estado buscando incluso a costa de la justicia o la igualdad. Nos cargamos al enfermo porque cuando le arreglaron el hígado le estropearon el riñón. Y así nos va.

Hoy el planeta entero sufre de 'hiperfoquismo', por inventarme algún término guay para los anales del olvido. O espera, vamos a llamarlo microencuadre, que suena cultureta 'pijoprogre' y mola más.

Hoy dejamos que otros tomen por nosotros las dos decisiones más importantes a la hora de mirar, que es el sentido por el que nos entra la vida. La primera decisión es qué encuadro. La segunda es qué enfoco. Y a los restos que nos dejan esas dos decisiones tomadas por otros es a lo que llamamos libertad.

Mírate cualquier informativo, el de cualquier cadena. Abre cualquier periódico, de un lado o de otro, da igual. Y ahora bájate a cualquier bar. Escucha los tres o cuatro temas que se tratan en cada uno de ellos. Te apuesto lo que quieras a que son los mismos. Alguien nos hace reflexionar y vivir sobre lo que nos han dicho que reflexionemos. Eso sí, tenemos libertad de pensamiento, libertad de expresión, pues oiga menuda libertad. Nadie se plantea si es de eso sobre lo que deberíamos estar pensando. O hablando. O votando. O encuadrando. O enfocando. Simplemente jugamos al juego que nos dicen que hemos venido a jugar.

Y la vida se nos descojona por el rabillo. Porque como dijo el sabio, vida es lo que te pasa mientras estás muy ocupado haciendo otros planes. Ya nadie piensa en lo que debería estar pensando. Ya nadie se plantea nada que no nos hayan dicho que nos debemos plantear.

Ya sólo encuentras lo que pones en un buscador, es decir, lo que estás buscando. Ya sólo ves lo que pones en tu mando previamente, y encima lo eliges entre lo que tienes sintonizado. Ya sólo llegas donde te dicen que vayas.

Y así la serendipia va muriendo poco a poco. Como la entropía. Como el ecosistema. Conceptos holísticos que se los ha quedado la ciencia, como quien sabe que es el último que los quería adoptar.