Los SÁBADOS, CIENCIA

2 + 2 = 4 (quizá)

Basar las investigaciones en la pura y fría estadística sin base experimental no conduce muy lejos

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MANEL Esteller

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«Todo experimento que necesita estadística para demostrar su resultado, probablemente está mal diseñado». Habiendo terminado la frase, el señor premio Nobel (con una nariz rojiza tras una copita de más) continúa su conferencia como si nada. Yo, sentado, desde la segunda fila, lo miro con curiosidad. Siempre he desconfiado de la estadística, de la probabilística, de la numerología... pero, ¿es para tanto? Tampoco he sido nunca un amante de las matemáticas, no creo ni que ellas ni que la filosofía aporten nada de luz al mundo. Pero, claro, uno tiene el sesgo de ser un empirista consumado y creer casi únicamente en lo que puede tocar con las manos.

Basta de digresión y volvamos a la estadística y sus peligros. Un ejemplo: el descenso de la natalidad en los países occidentales es directamente proporcional al descenso del número de cigüeñas en estos países, y por lo tanto la lógica conclusión es que los niños los trae la cigüeña. Y como París se encontraba dentro de los países occidentales la última vez que me fijé, las pruebas hacen sospechar que vienen directamente desde la Ciudad de la Luz. ¿Verdad que todo esto no tiene ningún sentido? Otro ejemplo en forma de chiste: un amigo le dice a otro que ha ido seis o siete veces a Nueva York y le pregunta cuántas veces ha ido él. Y el otro contesta: una o ninguna. Después de la risa (espero) podemos analizar que la última respuesta es matemáticamente lógica, pero que no tiene ningún sentido en el mundo real. O has estado o no has estado. Esta simplificación de las cosas, que me gusta usar, ha sido seguida por alguna escuela filosófica. Recuerdo un profesor que nos decía: «No puedes estar dentro de un sueño soñando otro sueño donde comes habas. ¡O comes habas o no las comes!»

Algunos de ustedes, bueno, la mayoría, se preguntarán en realidad de qué va este artículo. ¡Esperen, que ya me pongo! Pues va de que se da demasiada importancia al análisis masivo de datos y se basa todo en la significancia estadística sin plausibilidad experimental. Sería como si usáramos las encuestas a pie de urna para escoger nuestros parlamentarios y nos olvidáramos completamente del recuento real. Es evidente que muchos estudios basados en el análisis bioestadístico y matemático de incidencias de enfermedades y características ambientales y personales han sido claves para entender la enfermedad humana. Solo tres ejemplos clarificadores: la hipótesis del primer gen supresor de cáncer (conocido como el gen retinoblastoma) viene de un estudio bioestadístico publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences. Y también son estudios epidemiológicos los que fueron claves para asociar el tabaco al cáncer de pulmón y la presencia del virus del papiloma en el cáncer de cuello de útero (en este caso con participación de investigadores catalanes, entre ellos el doctor Francesc Xavier Bosch). Pero también es cierto que muchas asociaciones entre factores biológicos y causas / pronósticos de enfermedad solo se basan en fríos números a veces cogidos con pinzas.

Un ejemplo claro son los análisis donde se hacen grandes estudios genómicos buscando variaciones poblacionales en nuestro ADN asociadas con el riesgo de desarrollar una determinada patología. Tras gastarse miles y miles de dólares y euros, los resultados han sido bastante escasos. No se han encontrado claramente genes que de forma frecuente nos predispongan a la diabetes, la artritis o las enfermedades psiquiátricas. Lo mismo puede decirse sobre el efecto de determinados fármacos: los estudios nos dirán que alargan la vida de los pacientes dos o tres semanas. ¿Es esto verdaderamente cierto o en periodos de tiempo tan cortos puede haber importantes errores de cálculo de estas cifras y problemas en el diseño del estudio? Son cuestiones a plantearse, sobre todo en momentos de crisis económica, para estar seguros de que estén dando un beneficio real a los pacientes.

Uno, a veces, cuando se hace tarde y oscurece al final del viernes, se pregunta si no haría falta pensar mejor algunos experimentos y análisis que se hacen. Le preguntaron a un científico de genómica por qué había hecho una determinación grandiosa del ADN. La respuesta fue: «Porque podía». ¿Es esta la respuesta correcta? No lo tengo claro. Terminaré recordando otra vez los peligros de la observación estadística sin razón lógica en forma del último chiste: un hombre va arrancando una a una las patas de una araña y gritándole cada vez «¡corre!» Y cada vez apunta en su libreta: «Araña con siete patas corre más lenta que araña con ocho patas». «Araña con seis, más lenta que con siete» y así sucesivamente... Cuando le arranca la última pata y grita «¡corre!», la araña no se mueve. Y el científico apunta en la libreta: «Araña sin patas se queda sorda».

Médico. Institut d'Investigacions Biomèdiques de Bellvitge