La encrucijada catalana

La quimera de la unidad a la fuerza

Aunque se presente con un envoltorio legalista, querer retener como sea a Catalunya suena a chantaje

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ANTONIO
FRANCO

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A la larga, ¿en este siglo XXI se puede retener indefinidamente en Europa contra su voluntad a una nación dentro de un Estado al que no desea pertenecer, digan lo que digan los textos legales? A través de muchos circunloquios estamos hablando de eso. La situación ha llegado a un nivel tan deteriorado que se ha planteado esta cuestión, que pertenece a la esfera de los principios generales de lo que es la democracia y de lo que son las libertades, antes de que esté claro si la mayoría de los catalanes quieren que Catalunya se separe de España o simplemente desean una nueva situación, diferente, en la que les apetezca seguir dentro.

Hay un dato negativo que procede de Catalunya. Los políticos que encabezan la rebelión mayoritaria contra seguir tal como estamos no explican suficientemente que hay esas dos posibilidades, la de arreglar las cosas y la de irse, ni detallan las enormes dificultades objetivas de la separación entre dos sociedades tan entrecruzadas en sentimientos e intereses. Consideran que es demasiado tarde para resolver los problemas existentes y apuestan únicamente por la independencia. Cuando el intento de negociar el pacto fiscal llegó a Madrid, elpresidentArtur Mas no ocultó que un posible acuerdo sobre la financiación aplazaba la independencia para algo más tarde pero no lo presentó como la alternativa para continuar la unidad a partir de nuevas y mejores premisas.

Pero lo peor de todo es que desde el resto de España se dan vueltas al problema más desde la perspectiva de retener como sea a Catalunya, aunque esta libre y mayoritariamente desee irse, que de intentar entender lo que pasa y buscar la manera de seducirla o convencerla para que no lo haga. Es un inmenso error. Lo de retener a Catalunya como sea ahora se enuncia desde el poder español con envoltorio legalista, pero no deja de tener perfume a chantaje. Si desde Madrid lo planteasen en tono coloquial, dirían que si al final accedemos a la independencia nos harán la vida económicamente imposible con boicots comerciales, vetarán que estemos en la Unión Europea y perderemos el dinero acumulado en Madrid para las pensiones de la gente mayor. Es decir, piden a los catalanes que no se vayan porque en caso contrario la inconfortabilidad que procede de España todavía sería peor. Tampoco se disimula en paralelo un trasfondo amenazador de otras vías menos pacíficas, ya citadas en ángulos políticos y mediáticos más radicales. Eso no mejora precisamente el amor a España de muchos catalanes.

Se han malgastado las dos primeras intervenciones públicas españolas que deberían haber centrado las cosas cara a abrir un verdadero diálogo de reencuentro y solución. El reyJuan Carlosfue imprudente al hablar de «quimeras» -según el diccionario, eso es lo que propone la imaginación como posible no siéndolo- cuando los demócratas de Catalunya estiman que en el siglo XXI todo ha de ser posible si el conjunto de un pueblo de forma pacífica toma una decisión sobre su futuro. El presidenteMariano Rajoyno anunció medidas para garantizar que España sea más justa con Catalunya. En Madrid hay mucha desinformación sobre lo que siente la mayoría de los catalanes, una decepción que incluye a muchos no independentistas. Y entre lo que suscribe esa mayoría figura que la Constitución no puede utilizarse contra la libertad de las personas; que los demás españoles tienen cosas que decir pero menos que los catalanes respecto al futuro de estos últimos, y que es ofensivo ningunear una manifestación como la del Onze de Setembre cuando el conjunto de España sí dio importancia y trascendencia histórica a manifestaciones similares como las de la reafirmación democrática tras el 23-F o la descalificación absoluta de ETA después del asesinato deMiguel Ángel Blanco.

Hay dos cosas necesarias. La primera, para acabar con las dudas y las demagogias de unos y otros, aclarar con urgencia qué piensan cuantitativamente hablando los catalanes sobre la independencia. Ese referendo le conviene a Catalunya y a España. Aludo a un referendo porque es lo más transparente respecto a un hombre/un voto. Unas elecciones con programas claros de todas las fuerzas políticas serían útiles en sus cifras globales, pero luego la composición del Parlament quedaría mediatizada por los factores correctivos a favor del mundo rural contra las ciudades, y eso puede ser distorsionador en una cuestión como esta. También es imprescindible que el resto de España abra su debate sobre el Estado que necesitamos, federal o confederal, e intente convencer a Catalunya con argumentos y proyectos. Pensar que todo puede continuar igual porque sí, porque no hay puerta de salida, porque los catalanes no tienen más remedio que aceptar y callar, eso sí que es una quimera. Periodista.