El quietismo

MARC PÉREZ-SERRA

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El quietismo fue un movimiento místico que nació durante el siglo XVII en el seno de la Iglesia Católica, con un mayor alcance en España, Francia e Italia. Su principal impulsor y difusor fue el sacerdote y místico español Miguel de Molinos.

El capellán Molinos pregonaba la pasividad en la vida espiritual y mística, como la mayor de las virtudes de la vida contemplativa. Creía que, únicamente a través de la anulación de la voluntad de uno, se podía llegar a un estado de perfección. Por lo que parece el sacerdote no consiguió hacerle un hueco a su credo en el seno del catolicismo y finalmente en 1685 Molinos fue apresado por la Inquisición y condenado a reclusión hasta su muerte.

Desde que las elecciones del 20-D nos dejaran un resultado de aritmética retorcida, Mariano Rajoy, presidente en funciones, no ha dejado de quedarse quieto ni un minuto. Todo movimiento le es ajeno. A cualquiera podría parecerle que, en realidad, no quiere volver a ostentar la presidencia del gobierno. Y si así fuera, nada que objetar e incluso algo que elogiar.

Pero mientras a su alrededor los acontecimientos se suceden, los días pasan y los negociadores de Pedro Sánchez tejen complicidades, acuerdos y desacordes oportunos. En tres semanas veremos si los cirujanos del secretario general de los socialistas logran suturar algún tipo de pacto que le permita a Sánchez no solo sobrevivir y entrar en volandas a Moncloa, sino formar un gobierno con una esperanza de vida de no menos de dos años. Una legislatura entera contabilizaría como un gran avance para la ciencia médica.

Entretanto, Rajoy aguarda pacientemente para ver pasar el cadáver (político) de Sánchez y así demostrar que él es la única estrella en el firmamento. El único que puede permanecer inmóvil en nuestro sistema planetario. Una suerte de rey sol.

Tal vez, el presidente en funciones, sea un fiel creyente del quietismo de Miguel de Molinos e incluso sienta una sincera admiración por el genial Bartleby de Melville y su imperecedero I wouldprefernot to (preferiría no hacerlo).

Aunque, en realidad, para aproximarse en algo al escribiente más famoso de la literatura universal, hace falta mucho más que arrojo y auténtica voluntad de poder.  Y eso está al alcance de muy pocos.