Una carrera en proceso de cambio

«Yo quiero ser biólogo»

Es preciso que la titulación profesional incluya conocimientos para estar en el mercado laboral de hoy

EMILI FADURDO

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Estos días en los que nuestros futuros titulados universitarios se están incorporando a las aulas, más de uno aún debe estar pensando a qué acabará dedicándose profesionalmente. Desde mi experiencia vital y profesional me gustaría que fueran muchos los que dijeran «yo quiero ser biólogo» y que unos cuantos más lo decidieran después de leer este artículo.

Vaya por delante que ser biólogo es una filosofía de vida. Somos científicos, acostumbrados al ensayo-error y a perseguir un buen fin. Somos protagonistas directos de muchas especialidades, con una importantísima difusión social y ética, ligada a aspectos tan importantes como el medioambiente, la investigación sobre las células madre, la reproducción asistida, la experimentación animal... Esto implica que somos una profesión actual, pero una profesión que viene de lejos y que es una de las que han sido cruciales en el siglo XX y lo seguirán siendo en este siglo XXI. Un hecho que nos obliga a no dejar de adaptarnos y a actualizar nuestros conocimientos y nuestros perfiles profesionales.

¿Pero sabe la sociedad qué hacemos los biólogos? Así como otros profesionales han sabido explicarse muy bien, los biólogos somos tan multidisciplinares, podemos hacer tantas cosas, que la sociedad no nos acaba de situar en un solo rol o posición.

Para entenderlo hay que recordar que la biología es una disciplina que estudia la vida y todos los sistemas en los que se desarrolla. La complejidad de este sujeto le otorga múltiples ramas de especialización académica, científica y profesional. En la actualidad se presenta también como una ciencia transversal, porque muchos de sus intereses son en parte compartidos por otras disciplinas que estudian la calidad de la vida y del entorno. De hecho, es en estos campos de interés común donde hoy en día el biólogo tiene más protagonismo por los descubrimientos y el avance de la genética o la bioquímica y por el conocimiento del medioambiente.

A esta dispersión de campos hay que añadir que los biólogos hemos sido poco corporativistas, en el sentido de defensa y reivindicación de la profesión. Parece que nos dé cierta vergüenza lucir nuestra profesión y recordar que tenemos un colegio profesional. O que la colegiación es obligatoria para ejercer nuestra profesión -excepto en el caso de ejercerla en la Administración-, como una garantía de profesionalidad ante la sociedad.

Todo eso me vino a la cabeza al saber que nuestra colega la bióloga y oceanógrafa catalana Josefina Castellví, especialista en microbiología marina, había recibido el premio Català de l'Any, que otorgan los lectores de EL PERIÓDICO. Castellví ha hecho de su profesión una filosofía de vida: una vida dedicada a la investigación, luchando contra el tópico de que en los laboratorios las mujeres solamente limpiaban los tubos de ensayo o se encargaban de tareas administrativas.

La pasión que Josefina Castellví ha puesto siempre en su profesión, como lo han hecho muchos otros en el anonimato de los laboratorios, es la misma que queremos inculcar desde el Col·legi de Biòlegs de Catalunya a nuestros futuros profesionales. Para conseguirlo, es necesario un acercamiento entre el colegio y las universidades para que los conocimientos que se necesitan para estar en el mercado laboral estén presentes en los nuevos grados y titulaciones. Una colaboración, también, en los cursos de posgrado y formación continuada, que deben estar vinculados a la realidad del día a día de la profesión y sus salidas.

Estoy convencido de que esta colaboración provechosa nos ha de permitir otro de los objetivos prioritarios de todo colegio profesional: la formación y certificación de los profesionales como parte de nuestro compromiso con la sociedad. Para conseguir esta finalidad estratégica debemos tener representatividad, y esto se consigue con una buena masa crítica. Necesitamos no solo la participación de todos los biólogos; debemos incorporar todos aquellos nuevos grados vinculados a las Ciencias de la Vida con los que compartimos un tronco común de enseñanzas. Juntos debemos hacer oír nuestra voz para participar activamente en el debate social y científico.

Solo reivindicándonos y reivindicando el ejemplo de personas como Josefina Castellví o el profesor Ramon Margalef, que este año hace 10 que nos dejó, conseguiremos que muchas de las chicas y muchos de los chicos que llenan nuestras aulas de institutos y universidad digan «yo quiero ser biólogo» y hagan de esta profesión su filosofía de vida.