La rueda

¿Y si no quiero emprender?

JULI CAPELLA

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Periódicamente alguna palabrota del mundo económico se pone o, mejor dicho, se impone de moda. Hace una década fue innovación. Si no innovabas eras un mindundi. Muchos, como loros, corrimos a cacarear la vital importancia de la innovación. Era la panacea. Sin innovación sobrevendría el desastre. Pero de repente Xavier Rubert de Ventós, con su aguda perspicacia publicó un artículo, 'Elogio de la rutina', en el que desbarataba el axioma. Demostraba lo evidente, que para según qué temas la innovación obligatoria no solo no era necesaria, sino que podía ser un gran inconveniente. E incluso contraproducente. Amén de generadora de abundante morralla, basta comprobar cuántas cosas nuevas pero inútiles nos rodean. A fin de cuentas repetir ciertas pautas positivas es una bendición, que nos deja más concentración para poder crear de verdad.

Ahora toca ser emprendedor. Si no emprendes algo, estás 'out'. Ser emprendedor es la salida a la crisis. Los jóvenes han de mutar en emprendedores. Lo parados pueden dejar de estarlo si emprenden. Pero, ¿qué hay que emprender? Eso no se sabe muy bien. Pero hemos de aprender a hacerlo. Es el mantra actual de ejecutivos, publicistas, políticos y opinadores, en bucle endogámico. Como lo de la 'Smart City'.

Sin duda, ser innovador y emprendedor es un valor. Pero la presión obligatoria acaba produciendo «más cretinos que creadores», como avisaba Rubert. Ejércitos de esforzados agitadores que en realidad no van a aportada nada ni a la sociedad ni a sí mismos. Frustrados que hicieron caso a la consigna y andan enfrascados en algún marrón. Tal vez deberían haber elegido otro camino. De eso se trata, de poder elegir. Con el tema del crecimiento sucede algo similar. Nos dicen, hay que crecer, pero, ¿es conveniente? ¿quién nos lo dice? Otra vez ellos mismos. Pensemos.