No quieren ser «niñas salvajes»

EVA PERUGA

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Aprender. Educar. Tienen formas distintas. De los niños salvajes se sabe, una vez recuperados para su civilización, que «incluso les resulta difícil llegar a caminar erguidos, comer los alimentos que consideramos adecuados para las personas y llegar a hablar». Una forma sencilla para explicar el binomio de los términos construcción social y ser humano. Una construcción que, puesta en marcha, traza planos y prevé materiales diferentes para hombres y mujeres. El experimento sociológico de los niños salvajes es uno de los ejemplos con los queMarina Subirats ilustra su relatoForjar un hombre, moldear una mujer(Aresta), un título con dos verbos distintos para fabricaciones antagónicas.

Por la rendija de los hechos cotidianos, a los que no otorgamos importancia, se cuela la «normalidad», a la que civilizaciones y religiones intentan buscar avales biológicos y naturales. La fuerza física, vinculada a la superioridad, se arrastra hasta hoy como patrón para la educación de los niños y las niñas. Esa cotidianidad, que por disimularse en supuestos naturales, biológicos o de tradición, sabemos que separa a las personas no solo por su sexo, sino que con él como base elabora una realidad social, también separadora, llamada género. Si recuperamos de la clásica,Simone de Beauvoir, «la mujer no nace, se hace», comoSubirats, se comparte también la conclusión: «...nos ha hecho mujeres, no cualquier mujer, sino exactamente el tipo de mujer que se considera adecuado en esta sociedad, para nuestra clase social, para nuestra época».

Por eso es imprescindible que en la Administración y, mejor aún, en la investigación y la educación haya profesionales como la catedrática de Sociología. Todas las fuerzas son pocas para no pasar por alto que, por ejemplo, el reguero de violencia machista asesina de esta semana empieza con el despropósito forjador de hombres y moldeador de mujeres. Los efectos han tenido unas causas y, en España como en muchos otros lugares, dar la perspectiva de género a todas las actividades parece un lujo o una tontería a ojos de quienes defienden la «normalidad». Por eso, el Gobierno del PP masca una ley de educación en la que no se ha podido ver ni una sombra de reflexión sobre la necesidad extrema -las muertes de las mujeres nos interpelan- de enseñar a los niños y a las niñas a situarse y a verse a la misma altura. Deben considerar «normal» que cuatro mujeres hayan sido asesinadas esta semana. No debe significar nada especial. El sistema educativo, una vez más, quiere apostar solo por el triunfo académico, abandonando las posibilidades en torno a las ciencias sociales, tan revolucionarias y subvertidoras del poder establecido, como se recuerda en este nuevo libro de la colección Aresta. Su autora ya en 1994 se refería al término coeducación. Casi cruzamos el ecuador del 2013, y la todavía diferente construcción de hombres y mujeres no ocupa una reflexión central cuando políticos o/y pensadores proyectan el futuro de la sociedad. Las cuatro asesinadas se convierten, a lo sumo, en unos platos que vuelan entre grupos políticos a cuenta de las medidas de alejamiento, las denuncias o las ayudas a las personas maltratadas. Resulta incomprensible que no se repare en las palabras y los hechos cotidianos como trascendentales y causantes, por su suma y reflejo de la educación recibida. Un regalo mismo, escribeSubirats. Una hora libre dedicada a una cosa u otra. Un lección de historia, sin mujeres. Una consulta médica, repleta de gente mayor con acompañantes femeninas. No es normal no poder andar erguidas.