La rueda

¿Quién ha votado al BCE?

IGNACIO ESCOLAR

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Decir hoy política económica es un pleonasmo, una redundancia superlativa. En el fango de esta gran recesión, toda la política es economía y el resto son cortinas de humo; distracciones, como esa reforma de la ley del aborto con la que el Gobierno intenta disimular su impotencia imponiendo su moral en el útero ajeno. La experiencia reciente lo demuestra: si hay un organismo que de verdad gobierna Europa, que con sus decisiones determina nuestro presente y futuro, cuyas simples palabras de su presidente sirven para hundirnos o sanarnos, ese es el Banco Central Europeo.

¿Quién ha votado al BCE? ¿De dónde procede su soberanía? ¿A quién da explicaciones por sus errores? El diseño de un BCE independiente, que solo responde ante Dios y ante la historia para ser así más eficaz, fue una idea alemana y es doblemente falsa. No es verdad que sea independiente: Alemania impone allí sus reglas y sus intereses, como ayer quedó meridianamente claro. Y tampoco es cierto que esa aparente independencia tecnócrata garantice los aciertos, como ha quedado acreditado a lo largo de esta gran recesión con varios errores de bulto, como subir los tipos de interés en la primavera del 2011 agravando la crisis.

Tienen parte de razón los ultraliberales que critican que el BCE se está extralimitando en sus funciones, pero por motivos distintos a esa tímida defensa del propio euro que, a ratos, el banco emisor ejerce. El BCE se ha convertido de facto en el Ministerio de Economía de una Europa nada unida y que preside Alemania. El banco lleva el mando y no teme siquiera dejar sus órdenes por escrito, con esas cartas que envía a los gobiernos democráticos. Ese papel -por mucho que haya quien prefiera subcontratarlo a los técnicos de Goldman Sachs- solo lo debería poder ejercer alguien respaldado directamente por las urnas o, en su defecto, por el Parlamento Europeo. Dejar esas decisiones en manos de tecnócratas supuestamente independientes para camuflar la autoridad alemana es una dimisión de la política que equivale a derogar la democracia.