¿Quién osa pontificar sobre el amor?

Los grandes poetas y los grandes prosistas han usado a menudo una voz dramática para narrar el amor y el desamor. Una exaltación brillante, un tono trascendentalista. Debe ser difícil formular qué es el amor con una cierta validez. Encontramos tanta vaguedad como insuficiencia en el esfuerzo que hacen los diccionarios. Tanto en catalán como en castellano hay una ambigüedad incómoda. En catalán el amor es «'una inclinació o afecció viva envers una persona o una cosa'». En castellano tampoco se acierta, pienso, cuando dice que «partiendo de la insuficiencia [!] el ser humano necesita y busca el encuentro y unión con otro ser».

No me extraña que el amor sea algo difícilmente descriptible. Sobre la muerte también se han hecho frases más que discutibles, pero no tantas, porque los hechos siempre han sido más claros que los sentimientos.

«Nada es difícil para quien ama», aseguró Cicerón. No sé si gracias al amor o a su extraordinaria capacidad, Cicerón se convirtió en la gran figura de la Roma del siglo I.

¿De verdad nada es difícil para quien ama? Es cierto que hay amores apacibles y satisfactorios, pero la vida está llena de obstáculos que a menudo hacen difícil que un amor se mantenga en una permanente plenitud.

Los autores clásicos son unos grandes y dogmáticos sentenciadores. «El amor es un sacramento». «Morir de amor es vivir». «El dolor es el primer alimento del amor». «Solo conoce el amor quien ama sin esperanza»...

Me permito, modestamente, decir que el amor es todo un ejemplo de diversidad. Existe el amor sencillo y el amor abrupto, el amor servidor y el amor tiránico, el amor frustrado y el amor feliz, el amor que va creciendo y también el amor que decae. Ortega y Gasset hizo una afirmación lamentable: «El enamoramiento es un estado de miseria mental».

Me gustan más los Beatles optimistas cuando simplifican: «¡'I love you, I love you, I love you'!...».