La política y la economía

¿Quién mató el 'welfare state'?

Con el tratado que negocian EEUU y la UE empezará el adiós definitivo al Estado del bienestar

FRANCISCO CAAMAÑO

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Si la Unión Europea fuese un delito, el autor intelectual sería David Ricardo. La primera crisis económica de la era de la globalización ha puesto de relieve que los padres fundadores de la actual UE (Adenauer, Monnet, Spinelli…) fueron ilusos ejecutores del plan trazado muchos años antes por aquel economista británico de origen sefardí.

En 1817, Ricardo publicó sus Principios de teoría económica y tributación, en cuyo capítulo 7 (Del comercio exterior) se contiene la llamada teoría de la ventaja comparativa. Frente a los modelos de proteccionismo arancelario imperantes en la época, Ricardo defendió los beneficios del intercambio libre de mercancías entre estados. Si el país X produce un bien a un coste menor que el país Y, a este último le interesa más comprarlo que producirlo. El Estado que se especialice en producir aquello en lo que es competitivo será económicamente más eficiente, pues podrá vender su excedente en el mercado internacional y, con las ganancias obtenidas, adquirir, en ese mismo mercado y a un precio más barato, el resto de los productos que no fabrica.

Este es el auténtico ADN de la Unión Europea. Los tratados y las instituciones solo son las herramientas encargadas de hacer real ese principio fundador. La UE fue concebida, en esencia, como una unión comercial, en perjuicio de otras fuentes generadoras de riqueza (energía, industrias estratégicas, economía social…), y por eso ha especializado internamente la producción, haciendo cada día más visibles las diferencias entre un norte y un sur económico. Europa está pensada para que Alemania siga haciendo coches (aunque sus factorías puedan deslocalizarse dentro del territorio de la Unión) y para que Francia sea la gran suministradora de productos agropecuarios. Si eres bueno en turismo, haz caso a Ricardo, ¡especialízate!, y deja para otros la tecnología y la innovación. A fin de cuentas, todos pertenecemos al mismo mercado en el que comprar y vender.

La ley de la ventaja comparativa favorece al conjunto, pero no explica los desequilibrios estructurales entre las partes, ni se ocupa de la distribución interna de la riqueza. El libre comercio estimula el crecimiento y la concentración de riqueza. Es cierto. Pero se desentiende de la cohesión social. Europa fue capaz de crear un modelo social propio, el llamado Estado del bienestar. Pero ello fue posible porque supo equilibrar la lógica económica del libre comercio con una necesaria economía de la reconstrucción que ha sido progresivamente abandonada tras la caída del muro y la unificación alemana. Desde entonces los teóricos del mercado vencen a los teóricos de la dignidad, que tímidamente intentaron defender sus posiciones a través en un ciclo constitucional fallido (de Niza 2001 a Lisboa 2007).

Ahora, cuando la incertidumbre sobre la salida de Grecia y el Reino Unido tanto preocupa, conviene no olvidar que son síntomas de causas más profundas y que la llegada de una versión talla grande del libre comercio, conocida como TTIP, puede acelerar lo que para algunos ya comienza a ser la crónica de una muerte anunciada.

Quisiera creer que este tratado de libre comercio que la UE negocia reservadamente con EEUU traerá todos los beneficios económicos que pronostican los informes que cuelgan en la página web de la Comisión. Más difícil, por no decir imposible, es asumir que con él no se producirá el comienzo de un adiós definitivo al Estado del bienestar. Quienes pensamos, acaso de forma ingenua, que el éxito de Europa no estuvo en la acertada ejecución de la ley de Ricardo sino en el conjunto de valores y principios empleados para evitar que el libre comercio hiciese de la capacidad de consumo la medida de la dignidad humana, vemos con natural recelo democrático los primeros borradores para un acuerdo en el que figuraría, entre otras cosas, una cláusula de protección de la inversión extranjera (investor-state dispute settlement) en virtud de la cual las grandes multinacionales podrían demandar a los estados por adoptar medidas perjudiciales para sus expectativas iniciales de negocio o limitativas de sus márgenes de beneficio. Demandas que no se tramitarían ante el Tribunal de Luxemburgo, pues su resolución se atribuye expresamente a árbitros privados.

El futuro de Europa cambia de manos. Del acervo comunitario, como se conoce al conjunto de principios, derechos y obligaciones que conforman la base común de la cultura jurídica europea, pasamos a las reglas internacionales que informan los negocios; de la sentencia, al laudo arbitral. El libre comercio gana y el Estado providencia se privatiza y acentúa las desigualdades. Pero no nos engañemos. El concepto «autor intelectual» de un delito no existe en derecho penal: Ricardo no es el culpable.