IDEAS

'Queremos tanto a Glenda'

No es casualidad que Glenda Jackson y Núria Espert sean dos grandes amigas. Las dos son Lear y Bernarda Alba

Josep Maria Pou

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Le robo el título a Julio Cortázar para traer aquí a Glenda Jackson, actriz alejada desde hace tiempo -demasiado- de escenarios y pantallas. No es Glenda Jackson la protagonista del relato de Cortázar, sino una actriz imaginaria, Glenda Garson -evidente y no negado el homenaje a la Jackson-, que un día decide abandonar su carrera. Hasta aquí la coincidencia de las dos Glendas. Sabemos que la Jackson (dos Oscar en su haber) abandonó teatro y cine para dedicarse de manera muy activa a la política. No es el caso de la Garson. Pero no voy a contarles por dónde sigue el relato; prefiero invitarles a que lo lean y disfruten. Puro Cortázar.

Lo cierto es que ahora, vencidos 25 años de ausencia, esa Glenda Jackson a la que tanto queremos aquellos que teníamos 20 en los 60 y la veíamos, hipnotizados, en el 'Marat-Sade' de Peter Brook, ha decidido retomar su carrera. Y nada menos que con 'El Rey Lear', dirigida por Deborah Warner, en el mítico Old Vic de Londres, a partir del 25 de octubre y solo hasta el 3 de diciembre. Yo ya he corrido a por mi entrada. Y les aconsejo que vuelen a por las suyas.

Y si antes establecía el paralelo con la Glenda de Cortázar, es obligado establecerlo ahora con otro 'Lear', el de Núria Espert (queremos tanto a Núria) que tenemos tan cercano. Dos geniales actrices que coinciden en un mismo reto a sus 80 años (no es descortesía, Núria dijo su edad repetidas veces cuando el estreno en el Lliure y Glenda lo tiene registrado hasta en la Cámara de los Comunes). No es casualidad que Glenda y Nuria sean, además, dos grandes amigas. Las dos fueron Bernarda Alba. Glenda dirigida por Núria, Núria seducida por Glenda. 

Hace poco más de un año, la noche en que fui al teatro a ver a Núria siendo Lear, tuve la suerte de que me sentaran a 70 centímetros escasos -una butaca de por medio- de Glenda Jackson. Allí estaba ella, sola, discreta, esperando a que empezara el espectáculo. Me pareció que muy pocos la reconocían. No pude por menos que saludarla y mostrarle mi admiración y respeto. Hablamos 30 segundos. Se apagaron las luces y sus ojos se clavaron en el escenario. Ella miraba a Núria. Yo la miraba a ella, de vez en cuando. Al terminar, aplaudía y reía feliz, como una niña en noche de Reyes Magos. 

Quizás fue entonces, me gusta creerlo así, cuando nació el deseo de ser ella también, como su querida Núria, el Rey por excelencia del teatro universal.