En contra

Queremos cambios reales

La experiencia de la globalización muestra que regularizar la prostitución amplifica la demanda y fortalece el proxenetismo

SYLVIANE DAHAN SELLEM

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Desde la FAVB siempre hemos defendido los derechos de las mujeres que ejercen prostitución, y hemos reivindicado la abrogación de las ordenanzas municipales que permitían multarlas en la calle. Estamos encantados de que -¡por fin!- el Ayuntamiento ponga fin a un trato vejatorio e injusto. Regular la prostitución, sin embargo, es otra cosa: significa banalizar y profundizar una situación de desigualdad entre hombres y mujeres, justamente cuando se agrava la feminización de la pobreza. No defiende ningún derecho de las mujeres, sino el privilegio ancestral de los hombres de acceder a los cuerpos de las mujeres desde una posición de poder. No hay una expresión más acabada de la dominación patriarcal.

Antes de la crisis, la prostitución autóctona tendía a menguar, reemplazada sobre todo por mujeres migradas, que aún constituyen la mayoría de la población femenina en situación de prostitución. No pocas mujeres acudían a entidades y servicios, tales como la oficina municipal Abits, buscando en primer lugar alternativas laborales. Carentes de trabajo, sin embargo, vuelven ahora al mundo de la prostitución. Las cifras de mujeres autóctonas aumentan de nuevo; entre ellas, muchas madres solteras que malviven con ingresos muy bajos. Y son cada vez más jóvenes.

VÍA FÁCIL PARA TRANQUILIZAR CONCIENCIAS 

Todo el mundo caracteriza el fenómeno de la prostitución como un problema. Ahora bien, cuando hay que encontrar soluciones nos dividimos. Acabar con la pobreza puede parecer por momentos una tarea inalcanzable. Las industrias del sexo, que amasan fortunas colosales con los seres maltratados por las desigualdades, son las más interesadas en promover el cinismo y la resignación en nuestras sociedades. La tentación es fuerte al buscar una vía fácil que tranquilice las conciencias: «Dado que la prostitución ya está aquí, ¡regularicémosla!». La experiencia de los años de globalización neoliberal ha demostrado que eso no hace más que agravar las situaciones, amplificando la demanda y fortaleciendo el proxenetismo y el tráfico de personas. Catalunya se ha transformado en un referente turístico de primera magnitud. No hay más que ver los problemas que eso genera en nuestros barrios. Pero Barcelona se está transformando también en un gran destino de turismo sexual.

Ante una situación que afecta a miles de mujeres, crear «cooperativas de sexo» no supone hacer nuevas políticas. Además de responder a la demanda de grupos ruidosos y poco representativos, hay que decir que en siglos pasados ya hemos conocido establecimientos similares... regentados por madames. En Alemania, la industria del sexo cotiza en la bolsa, el Estado se convierte en proxeneta... y la prostitución aumenta. Suecia, por el contrario, tiene una ley contra las violencias machistas llamada Paz de las Mujeres que considera la prostitución como una violencia, despliega políticas sociales de protección a las mujeres (a las que pueden acogerse libremente), mientras persigue el proxenetismo y castiga a los puteros. Pese a las limitaciones del poder municipal, ¿por qué no se inspira nuestro Ayuntamiento en el modelo feminista nórdico?