Queipo de Llano. ¿Dónde queda el Evangelio?

Xavier Ginesta reflexiona, a través de los recuerdos de su abuelo, sobre la Guerra Civíl y la actualidad

Xavier Ginesta

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Forman parte de los recuerdos de mi infancia. Aquellas historias que te explicaba el abuelo después de hacer una partida de ajedrez el domingo por la tarde, sentados en el sofá. El abuelo luchó por la República. Si bien es cierto que la guerra es una tragedia para cualquier sociedad, siempre fue un motivo de orgullo para un pequeño aficionado a la historia que el abuelo tuviera que marchar con los ejercidos republicanos en el Guadalquivir en lugar de empuñar el fusil franquista. Pero, en la Guerra Civil española, ya se sabe, saber dónde las clases populares debían enrolarse venía determinado por una simple cuestión geográfica: donde había triunfado el golpe y donde no.

El abuelo era pacífico y un demócrata convencido. De hecho, contaba con orgullo que nunca había abatido ningún enemigo mientras estuvo en el frente. Y, por el contrario, recordaba con pena como los soldados, a ambos lados de los puentes del Guadalquivir, durante la noche dejaban las armas para encontrarse en terreno neutral y hacer partidas de cartas, intercambiarse tabaco y alguna epístola destinada a los familiares que habían quedado en territorio enemigo. Al día siguiente, retumbaban de nuevo las baterías y los oficiales obligaban a los jóvenes a matarse en la frente sin ningún sentido.

Nacido en Gurb (en la plana de Vic) vivió la guerra, principalmente, en el frente de Andalucía donde el general ahora repudiado por el Ayuntamiento de Sevilla, Gonzalo Queipo de Llano, estaba al mando de los golpistas. Una pesadilla para los militares republicanos que cayeron presos en la frente, como el abuelo, que recordaba sus purgas masivas y la dureza del campo de concentración de Rota (con la complicidad de los curas castrenses que habían apoyado el alzamiento).

Hoy, Queipo de Llano (muerto en 1951) sería considerado un criminal de guerra. Afortunadamente, la capital andaluza ha repudiado el militar golpista a partir de una moción presentada por Izquierda Unida (IU). Pero, desgraciadamente, no se podrán sacar sus restos y los de su esposa, Genoveva Martí, de la iglesia de la Macarena donde están enterradas. En un nuevo acto de connivencia con el franquismo sociológico que aún se palpa por España, el PP apoyó todos los puntos de la moción menos éste, donde Ciudadanos se abstuvo. Aseguran desde el partido conservador: "Como Ayuntamiento, no somos nadie para mostrar nuestro rechazo a lo que diga su hermandad y su familia, que quieren que esté aquí".

Ciertamente, es la posición cómoda y que permite situarlos en una geometría variable municipalista que no incomode a la extrema derecha y a los fundamentalistas católicos. Además, teniendo en cuenta que la nueva basílica fue construida entre 1941 y 1949, siendo padrino de su bendición el mismo general y Serafina Salcedo.

En una sociedad moderna, que sabe leer honestamente su pasado, este tipo de problemáticas no deberían existir. Ni el PP debería ser cómplice de continuar elevando a los altares un criminal de guerra, ni la Iglesia debería permitir que algunos de sus templos entronicen lo que queda de franquismo sociológico. ¿Dónde queda el Evangelio dentro de una basílica que venera el militar que desencadenó una represión brutal, que costó la vida a 14.000 personas?, ¿a quién que llamó a violar las milicianas desde las ondas de la radio? Nos encontramos ante un nuevo ejemplo de "la alianza entre el cañón y la cruz", apelando a como la teóloga benedictina Teresa Forcades radiografía la complejidad de intereses que hay dentro de la jerarquía eclesiástica de España. La misma alianza que, dentro del campo de concentración de Rota –explicaba mi abuelo– justificaba que muchos de los que se iban a confesar no volvieran más a su celda. ¿Dónde queda el Evangelio?