¿Qué pasa en Convergència?

JOAN TAPIA

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Algo sucede en Convergència. Hasta hace pocos días el mensaje oficial la definía como más independentista que nadie (ERC incluida) y proclamaba que el 27-S sería un referéndum hacia la independencia. ¿CiU? Aquí el mensaje era más ambiguo, pero el 'agit-prop' convergente explicaba que Unió no era el problema. Solo Duran Lleida era un embrollo. E incluso se le desautorizó --por orden directa de Lluís Corominas y no de Josep Rull como escribí-- en una votación en Madrid.

Pero a la crisis de aquella votación se le puso un parche con rapidez después de que los tres 'consellers' de Unió --la vicepresidenta OrtegaEspadaler y Pelegrí-- cerraran filas con Duran. Algo había pasado. Quizás que a Artur Mas, más cauto que los entusiastas de su ejecutiva, lo que menos le interesa es una crisis del Govern. Pero lo relevante sucedió el domingo pasado, cuando el coordinador general, Josep Rull, al que se identifica con las corrientes más independentistas, dijo en el Consell Nacional (en el que, por cierto, Mas no habló) que CDC era un partido nacionalista y que la independencia era solo un objetivo instrumental para el fin último: la justicia social.

Para frotarse los ojos. Tras tanto hablar de refundación y de independencia para distanciarse del 'pujolismo', volvíamos a lo que el propio Pujol, con su gran habilidad comunicativa, definió afirmando que Convergència siempre había hecho «'la puta i la Ramoneta'». Y el martes el 'conseller' Homs corrigió a Oriol Junqueras, que culpabilizaba a Unió del retraso en la hoja de ruta independentista. El propio Rull dijo ayer en Madrid que había que tener «el máximo respeto a los tiempos de Unió», que los dos partidos habían hecho mucho camino juntos y que creía que lo seguirían haciendo.

CDC vuelve, pues, a definirse como nacionalista (la independencia es instrumental) y se entierra el sobreentendido de que Duran es una máquina de perder votos. ¿Qué pasa? Varias cosas. La primera es que los alcaldes (Xavier Trias en cabeza) creen que la principal bandera a desplegar en las elecciones municipales es su gestión al frente de los ayuntamientos y que, al precisar todos los votos posibles, la 'estelada' no debe ocupar el primer plano. Ante Ada Colau no conviene perder ni un solo voto moderado.

CAUTELA NECESARIA

La segunda es que el procés está en una hora valle. El 51,6% de los catalanes creen que el suflé se ha desinflado (contra el 24,9% que lo juzga encarrilado) y el 42% de los electores de CiU opinan que todo acabará en un pacto que incremente el autogobierno, contra el 27,5% que sigue apostando por la independencia. El momento aconseja, pues, cautela. Porque hay que ganar las municipales y no se puede perder Barcelona y, además, porque las encuestas (la última, la de EL PERIÓDICO) dicen que CiU bajaría a 32 diputados y quedaría a una distancia sideral (34 escaños) de la mayoría absoluta.

Algo va mal porque ahora tienen 50 y, en el 2010, antes del abrazo al independentismo, Artur Mas sacó nada menos que 62 diputados, que entonces les parecieron pocos. Y si CiU unida baja a 32 diputados, nadie con 'seny' de Convergència puede desear la ruptura con Unió. Solo con que Duran saque cuatro escaños ya serían superados por Esquerra.

Ahora las municipales, luego... Sí, el PSC -el secular enemigo- está todavía peor. Triste consuelo, porque Albert Rivera se convierte en el tercer grupo parlamentario -en reñida competencia con ERC- y en el segundo partido en votos.

El procés tiene extrañas derivadas. Quizás todo se debe a que el 'president' Artur Mas confundió a la ANC con Catalunya. Y la Assemblea Nacional Catalana sintoniza con el 44,9% de los catalanes que se declaran independentistas, pero no con el 51,9 de ciudadanos que dicen no serlo.