¿Qué pasa en China?

Una trabajadora ensambla una impresora en 3D en Qindao.

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EUGENI BREGOLAT

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Dos acontecimientos recientes en China, el pinchazo de la bolsa y la depreciación del yuan, han hecho temblar las bolsas del mundo entero y han puesto un interrogante sobre la incipiente recuperación de la economía global. No es extraño, ya que desde el inicio de la crisis China ha venido contribuyendo entre un tercio y casi la mitad del crecimiento mundial. Cuando inició su reforma económica en 1978, esa incidencia era nula.

La bolsa china subió un 150% entre el verano del 2014 y el actual. La corrección, inevitable, ha reducido los índices un 40%. Los chinos buscan en la bolsa rendimientos mayores al  exiguo tipo de interés del ahorro que paga la banca oficial. La bolsa china, es joven, del 1990, y manipulable.

El ciudadano chino es, por otra parte, un jugador impenitente. Wu Jinglian, el venerable economista de CEIBS (la escuela de negocios que comparten la UE y China), que denuncia desde hace años las irregularidades de este mercado, lo describe como «un casino sin reglas». No refleja la realidad económica del país, como lo prueba que el gobierno la ha sostenido o abandonado a conveniencia, sin dar juego al mercado.

Lo que exige el FMI

La depreciación del yuan sí se debe, por contra, a la voluntad de tener mayor presencia en la fijación del tipo de cambio.  El banco central chino dejó de sostenerlo, como venía haciendo habitualmente. Lo hace por exigencia del FMI, si quiere que le incluyan en la cesta de divisas en que se basan sus derechos especiales de giro. Es un aspiración china, ya que su inclusión equivaldría a reconocer al yuan el estatus de moneda de reserva. Así, desde hace unos meses el FMI considera que el yuan, antes claramente infravalorado, ha alcanzado su punto de equilibrio.

Con todo, la verdadera encrucijada  para los chinos es cómo cambiar el agotado modelo de desarrollo de  Deng Xiaoping de 1978, basado en la exportación y la inversión, por otro basado en el consumo, los servicios y la innovación. Y con crecimiento anual del 7% .

El FMI prevé un crecimiento del 6,8% este año y del 6,3% el próximo, por debajo de la norma asignada. Y eso que el consumo aumenta hasta el 49,8%, y que los servicios ya suponen el 48,2%, y que el empleo aumenta por encima de lo previsto. No preocupa, por tanto, ni la inflación ni la deflación. El cuadro macroeconómico es sano, más allá de las incidencias de la bolsa o del tipo de cambio, magnificadas por el peso de China en la economía global.El FMI acaba de confirmarlo al decir que «sería totalmente prematuro hablar de crisis en China».

Más dificultades encuentra la potenciación del  mercado y del sector privado, ya que las grandes empresas estatales se resisten a perder sus privilegios: monopolios, asignación de crédito y suelo en condiciones muy favorables y  escasa presión fiscal. El presidente Xi Jinping exige que esos entramados se sometan al interés general, dando un mayor papel al mercado. La televisión China, portavoz del Partido-Estado, advertía hace pocos días de que «la ferocidad de la oposición a la reforma va más allá de lo que mucha gente se imagina». Xi Jinping necesitará todo el poder que está acumulando para ganar una batalla que pone en juego el futuro del país.

Como dice Wu Jinglian, se trata de saber «si China tendrá una economía de mercado anclada en un sólido estado de derecho, o si creará un capitalismo de amiguetes» en el que una minoría se enriquece de forma exorbitada a costa de la sociedad. Los dirigentes chinos han ganado en pocas décadas un gran prestigio como eficaces gestores económicos al protagonizar el proceso de desarrollo más rápido y espectacular de la historia. El PIB per cápita chino ha pasado de poco más de 200 dólares en 1978 a casi 8.000 en la actualidad.

He seguido la evolución de China desde 1987 y siempre he oído voces que aseguraban que la economía China se iba a estrellar de forma inminente. De momento, los estrellados han sido EEUU y Europa. Hasta ahora la capacidad de respuesta de los dirigentes chinos ha estado por encima de los retos, que no eran menores: un sistema bancario técnicamente quebrado, una empresa pública ruinosa, el ingreso en la OMC, o la crisis económica global.

El mayor reto

La tarea actual, superar el modelo económico de Deng Xiaoping de los 80, es mayor que los anteriores, con el desafío político de evitar sucesos como los de Tiananmen de 1989, que acabaron con las reformas.

Para mí, la verdadera cuestión de fondo es si ante una economía y una sociedad cada día más complejas y, por tanto, más difíciles de gestionar, la capacidad de respuesta seguirá estando por encima de los retos; o si, al contrario, los retos  serán de tal  entidad que el mandarinato se verá desbordado. Le sucedió a Gorbachov.  pero también a EEUU por los instrumentos financieros opacos, los apalancamientos excesivos, las hipotecas basura, la concepción ingenua de Greenspan sobre la naturaleza humana; y a Europa y su aberrante concepción del euro.

Xi y el primer ministro Li necesitarán voluntad política de hierro para conseguirlo. Al tiempo.

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