EL ATENTADO DE BARCELONA
Que no nos cambien los hábitos
Es doloroso recuperar la normalidad, pero es imprescindible para que los terroristas no se salgan con la suya
Rafa Martínez
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración (UB)
RAFA MARTÍNEZ
Con pocas horas de diferencia se han vivido en Barcelona y Cambrils dos atentados con atropello masivoBarcelona Cambrilsatentados con atropello masivo y todo apunta a que podemos mostrar satisfacción porque a los terroristas les explotó, mientras la manipulaban, una bomba que, a buen seguro, carecía de propósito benéfico.
A estas alturas ya todos tenemos clara, por desgracia, una de las máximas de la seguridad: "La seguridad absoluta no existe", o lo que es lo mismo, hemos de convivir siempre con un cierto margen de riesgo; mucho o poco, pero algo. La única manera de conseguir que un riesgo desaparezca es actuando proactivamente; es decir, actuando sobre las causas que lo provocan. Si somos capaces de alterarlas, la amenaza derivada de ellas no nacerá. Se trataría, por ejemplo, de actuar sobre los elementos que provocan una enfermedad. Si los hayamos y los atajamos el riesgo desaparece.
Buscan contagiarnos de su odio, porque ello les legitima ante sus huestes, e inocularnos el miedo y mediatizar nuestras rutinas. Toca negarse y ser resilientes
Proactiva y reactiva
No obstante, la seguridad proactiva aun siendo el mecanismo más eficaz de eliminación de amenazas es, como se puede imaginar, el más complejo. Por ello, lo más común es trabajar bajo la idea de que no por previsible un riesgo es evitable y, por tanto, valorar cuánto daño nos provocarán los diferentes riesgos al activarse. De ahí que la seguridad preventiva y la reactiva sean las más utilizadas. La primera se antepone a la actividad del agente amenazante y establece barreras que nos garantizan que aunque el impacto se produzca sea lo menos nocivo posible. El ejemplo más gráfico es el cinturón de seguridad de los coches. La seguridad reactiva, en cambio, se ejecuta una vez que la amenaza nos ha golpeado y nos está generando daños; es el extintor ante el fuego.
La seguridad proactiva tiene la ventaja de que impide que nuestra cotidianidad se quiebre; en cambio, la preventiva y la reactiva no lo logran y ello nos sitúa ante un reto no menor: la vuelta a la normalidadnormalidad, la resiliencia. La recuperación de la confianza, el no dejarse atenazar por los miedos, el vencer todos los recelos; en definitiva, ser capaz de volverá realizar esa actividad bajo la que un riesgo se activó y nos causó daños (montar en coche, salir por la noche, comer marisco…).
Daño inmediato y mediato
Los atentados terroristas son inmunes a la seguridad proactiva y saltan las barreras de prevención; por tanto, causan daño y reaccionamos. Pero anhelan dos terrores: el inmediato y el mediato. La primera batalla siempre la tienen ganada. Buscaban el terror y el caos en las ciudades, primeras páginas de diarios, abrir los telediarios, que se hable de ellos, de la amenaza que suponen y de lo que propugnan. Eso ya lo han conseguido.
La derrota más grave es la que pretenden siempre en el medio plazo. Por un lado, buscan contagiarnos de su odio, porque ello les legitima ante sus huestes. Por otro, inocularnos el miedo y mediatizar nuestras rutinas. Por tanto, toca negarse y ser resilientes. Ni odios, ni miedos. Es doloroso recuperar la normalidad, pero es imprescindible para que los terroristas no se salgan con la suya. Las sociedades maduras se fortalecen con la adversidad y la nuestra lo es.
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