Lo que Julio no puede comprar

Ferran Monegal

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Hábil, muy hábil ha sido Julio Iglesias en el arranque de Salvados (La Sexta). Jordi Évole ha querido comenzar temporada con él, una interesante heterodoxia en la trayectoria de este programa que se caracteriza por el mordiente político-social. Jordi le envolvía con preguntas comprometidas, como tejiendo una madeja para atrapar el alma de Julio Iglesias. Pero él se iba zafando con escapismos ingeniosos. «Pago mis impuestos en la República Dominicana, que es donde vivo. Cuando actúo en España paga mis impuestos aquí. Donde canto paga mis impuestos / No iré a votar. A mi edad ya no soy de ningún partido / Aznar ha cumplido su labor perfectamente bien; es un estoico, eso en política quiere decir que es un hombre que puede dormir en una cama de piedra / Felipe González era más loco, pero carismático, simpático / Pablo Iglesias tiene su charme, pero su actitud es envejecida, no creo que aportase muchas cosas a nuestro país  / He actuado en paises con dictadores, como Obiang, como el Chile de la época fuerte(Pinochet), pero yo actúo para el pueblo, si también vienen los presidentes, ¿qué quieres?, ¿que les diga que se vayan? ». ¡Ahh! Una habilidosa evasión. Una vida de cantante entertainer. Una opción que evita engorrosas complicaciones. En casa nuestro canario flauta Papitu quedó particularmente subyugado cuando Jordi le preguntó: «¿Tú crees en la redistribución de la riqueza?», y Julio contestó, sonriendo: «Me estás preguntando si soy un tipo rico. Mírame a la cara, ¡soy rico!  / Pero yo soy un hombre privilegiado porque he sido capaz de aceptar que todo lo que más me gusta no lo puedo comprar. Eso es un privilegio aprenderlo. No poder comprar lo que te gusta, te hace ser pobre»«¿Y qué es lo que tanto te gusta y no puedes comprar?», repreguntó Évole. Respuesta: «El tiempo, la piel, la salud, tantas cosas...». Efectivamente, esa es una verdad como un templo. Quizá nos estaba confesando Julio Iglesias que ha llegado a comprender aquella tremenda paradoja que reza: Era un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre, que solo tenía dinero.

Interesante meditación surgiendo de la opulencia. La gran tragedia, quizá insoportable, de los fabulosos multimillonarios del planeta es que saben que se van a morir exactamente igual que el más humilde de los sin techo. No hay dinero en el mundo que pueda comprar un minuto más de vida, a la muerte.  Esa certeza debe resultarles tremenda.