La rueda

¿Qué es la ciudad si no la gente?

Lo sano no es la segregación sino la mezcla, y debería empezar en la escuela

JULI CAPELLA

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En el típico edificio del Eixample, el propietario habitaba en el piso principal de techos decorados. Los pisos superiores, de menor dimensión, los alquilaba a empleados de su fábrica en grado descendiente de rango según la altura. Y en algún cuartucho del terrado vivía el portero. El servicio se hospedaba en altillos del principal o en el entresuelo. Y los bajos se alquilaban a algún botiguer. Así se recreaba un microcosmos de la realidad social. Se mantenían las distancias, obviamente, pero era inevitable que el hijo del señor subiese al terrado a jugar con los chavales menesterosos y se lo pasasen bomba disparando pinzas. La señora se enteraba de las penurias de la portera viuda. Y todos, cual 13 rue del Percebe, interactuaban en equilibrio.

Pero el invento del ascensor, y sobre todo las crecientes diferencias económicas, los fueron disgregando. La tendencia del acaudalado es separarse del vulgo. Mientras que el sino del humilde es quedarse donde pueda mantenerse. De esta forma se van diferenciando los barrios hasta convertirse casi en guetos. No hay que exagerar, aquí en Barcelona es broma comparado con Estados Unidos, donde amurallan con policía privada sus feudos. Pero enterarnos de que una familia de Pedralbes es 7,2 más rica que otra de Trinitat Nova da dentera. Porque seguro que no trabaja siete veces más ni mejor. Incluso podemos sospechar lo contrario.

Lo sano es la mezcla, no la segregación. Y debería empezar en la escuela: que se mezclasen todos, al menos de pequeños. Hijos de holgazanes, de emprendedores, de bohemios, de pasantes, de parados, de genios... Y que durante unos años supiesen que somos individuos muy diferentes unos de otros. Pero al mismo tiempo y felizmente, todos iguales buscando lo mismo. Como estamos festejando a Shakespeare, «¿qué es la ciudad, si no la gente?». Hay que mezclarla.