La rueda

Lo que se calla de Catalunya

Fuera del territorio catalán casi no hay espacio para el análisis sosegado o el matiz

CARLOS ELORDI

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Nunca se ha hablado tanto de Catalunya en los medios de comunicación españoles como en estos días. Y nunca se han dicho tan pocas cosas que sirvan para entender algo de lo que está pasando en esa tierra. Solo se hace propaganda. Feroz, maniquea, casi siempre falaz. Y para protegerse de ella, los españoles corrientes, despolitizados como nunca, no tienen otro escudo que el de sospechar que, viniendo del poder, tales mensajes pueden no ser del todo ciertos.

Pero da la impresión de que la mayoría ya ha cedido a la presión. Y que se cree, con pasión o dejándose ir, según los casos, que una especie de maldad intrínseca mueve a los catalanes contra España. No pocos temen incluso que la cosa va a terminar muy mal, hasta en enfrentamientos violentos. Y empieza a haber miedo a que eso ocurra.

Fuera de Catalunya ya no hay prácticamente espacio para el análisis sosegado o el matiz sobre la cuestión. Y menos para los motivos de quienes quieren la consulta o la independencia. El hecho de que sean muchísimos ha dejado de ser un motivo para la reflexión. Y nadie, o solo muy pocos, levantan la mano contra ese despropósito.

Entre las muchas diferencias entre el proceso escocés y el catalán, hay una descollante: en Inglaterra se hablaba claro de lo que se pensaba en Escocia. Hasta el punto de que 15 días antes del referéndum una conocida firma escribía esto en The Guardian, diario de centroizquierda y del establishment: «La independencia ofrece a los escoceses la posibilidad de reescribir las reglas del juego político. Votar no es escoger vivir en un sistema que mantiene un nivel de desigualdad y de carencias sociales entre los más altos del mundo, someterse a un Gobierno que espía a sus ciudadanos, que sostiene una economía basada en la especulación». ¿Cuántos catalanes sienten algo parecido? Si se dijera, tal vez se les entendería.