¡Qué bien, Pamplona huele a pis!

FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE

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No me quejo de los olores, están en su derecho. Digo que, en ocasiones, nos hubiera ido bien poder cerrar el olfato. Como los ojos.

Estoy casi seguro –seguro, ni de la fecha- de que Vespasiano no estuvo nunca en los sanfermines; pero cualquiera sabe, estos romanos de la antigüedad fueron tan viajeros y avasalladores con sus conquistas que lo mismo vengo a contarles aquí una historia de olores urbanos ya escrita en tablillas de cera.

Quería recordarles, cuando me he interrumpido, cómo el emperador citado decidió dar una lección práctica a su hijo, quien le reprochaba hacer negocio con la orina de las letrinas públicas, ideal para el curtido de las pieles -ojo, no las propias- porque el muchacho veía en aquella materia degradante y apestosa una pyme detestable. Así que Vespasiano le dijo a su vástago: Pecunia non olet, y le puso una moneda de oro bajo la nariz a fin de que lo comprobara. Espero que el hijo supiera latín y no estuviera sujeto a uno de esos planes de estudios que lo desprecian como lengua, más que muerta, asesinada.

Pamplona Romana

El caso es que la auctoritas romana podría hoy curtir un sinfín de cueros si recalara por estos lares, donde la orina desparramada se muestra generosa en demasiadas calles de Pamplona- Se hace lo que se puede, y no es posible colocar a un empleado municipal con su manguera detrás de cada vejiga en apuros. Pero huele, ya lo creo que huele. No el dinero generado por el trasiego de líquidos en barras y garitos, en eso tenía razón el ilustre prócer, aunque sí apesta lo suyo la segunda fase del negocio, es decir, el desahogo incívico. 

Y no es que se quiera aquí dar lecciones de nada, sino que, antes bien, es bastante razonable pensar que las juergas masivas tienen estos imponderables o daños colaterales, casi inevitables. Pero dejemos los enfados, tan reiterados como inútiles, para las cartas al director, que llegarán con la resaca. No lo duden.

Prefiero, como Vespasiano, pensar en los beneficios derivados de ese tufillo a amoniaco o vete a saber qué, y digamos que la cosa ha ido bien porque huele a pis. Eso sí, no sin antes puntualizar que se observa un elevado desprecio hacia la ciudad que las acoge en estas gentes más inclinadas a soltar la espita personal e intransferible que a molestarse en entrar en uno de los muchos aseos distribuidos por la ciudad. Es la paradoja inconsecuente, que diría un tertuliano mínimamente versado: multan entre año a los aborígenes, sustentadores del gasto, apenas les asoma la más precaria humedad, y se permite la desbeber sin control a los foráneos.

Exceso de micción en aumento

Y ahora me meto en un terreno del que no saldré ileso, no escaparé sin críticas del estilo ya estamos con las batallitas, etcétera, pero no me resisto a mencionar que hubo sanfermines en los que igualmente se veían pies negros y adoquines reconvertidos en orinales, pero afirmo que la cantidad de meadores irrespetuosos ha ido a más. Había rincones malditos de micción, es verdad, aunque nunca fueron tantos los espacios destinados a esa disfunción social.

Todo es entendible, faltaría más. No obstante, duele un poco observar una ciudad, tan cuidada durante once meses y medio, arrasada en diez días sin contemplaciones. Sé perfectamente que el desastre va incluido en los presupuestos, que son dinero y que, éste sí y con tu permiso, Vespasiano, huele mal.

Huele a subida de tasas que apesta.