Ciudad de moda

Se puso divina

Barcelona, eres bella. Y poderosa, ya lo cantaba Peret. Solo que de gitana hechicera has pasado a deidad caprichosa y sus habitantes ya no pueden saciar tu hambre

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EMMA RIVEROLA

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Barcelona se puso guapa. Tan, tan guapa, que se sintió divina. Y, claro, ya se sabe. A los dioses no siempre les gusta la compañía de los humanos. Tienen cierta tendencia a ser caprichosos. Que se lo digan a los protagonistas de la épica griega. Más mártires que héroes de las veleidades del Olimpo. Lo peor es esa vanidad insuflada a base de sacrificios. Es su debilidad. Cuanto más grande sea la pila sacramental, más henchidos se sienten. Y ahí están los mortales, compitiendo entre ellos para contentar a los dioses. Quien más puede ofrecer, más cuenta con sus favores. A los pobres, solo les queda arrojarse ellos mismos al altar. Pero nada, ni así. No hay lugar para ellos

Barcelona no es la única diosa, es cierto. Son una legión de diosas por todo el planeta que disfrutan robando a los ciudadanos su dinero, su lugar y hasta su voluntad. Pero que sean muchas es consuelo de tontos, ya se sabe. Así que únicamente nos queda idear el modo de vencerlas. O, al menos, hacerlas entrar en razón. 

Sí, Barcelona, eres bella. Y poderosa, ya lo cantaba Peret. Solo que de gitana hechicera has pasado a deidad caprichosa y sus habitantes ya no pueden saciar tu hambre. ¿Si un dios no protege a quien le adora, para qué sirve? Para nada. Quizá ha llegado el momento de desmontar su templo de la avaricia y, por supuesto, expulsar a los sacerdotes del mercadeo.