tú y yo somos tres
La puntita nada más
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Decía una coach de solteros, una asesora de criaturas que buscan pareja: «El príncipe azul no existe. Hay que buscar compañero o compañera como quien busca un socio para una empresa». O sea, el nuevo paradigma sentimental es dejar el matrimonio en manos de expertos. Que busquen los especialistas la mejor criatura, la mejor inversión, en la que depositar nuestros sentimientos. Bien mirado, es un ejercicio similar al que hacen las agencias de bolsa cuando buscan el mejor fondo para nuestros ahorros. Este es el mensaje que impulsa ahora A-3 TV con el estreno de Casados a primera vista, reality show en el que la sorpresa es que la novia, y el novio, seleccionados por especialistas, no se conocen hasta que llegan los dos a la ceremonia del matrimonio. En el primer capítulo ya hemos asistido a la boda -no sabemos si es boda civil o es boda bufa, con jueza de broma- de la gaditana Toñi y el belga Laurent. Lo aderezaron con un largo preámbulo de escenas entre la familia de cada contrayente, en donde los guionistas afilaron el lápiz y nos depararon gags castizos y surrealistas, como cuando la mamá de Toñi, doña Carmen, exclama al conocer que su hija se casa con uno que no conoce: «¿Y si no nos gusta, qué? ¿Lo podremos devolver?». Hombre, aquí la pregunta es por qué A-3 TV entra ahora en el terreno de los realities, del que se apartó ya hace años, porque quería desmarcarse y no seguir chupando rueda de la cadena estrella en estas martingalas, que es el imperio Mediaset. Quizá por eso este Casados a primera vista fue suavecito, sin atreverse a entrar a fondo en los bárbaros escenarios que este tipo de show permite. Si lo emitiera Cuatro o en T-5, ya nos habrían enseñado la noche de bodas de los recién casados, tan desconocidos, desnuditos en la cama de un hotel de lujo y quizá hasta con la suegra escondida en el armario fisgando el edredoning de su hija. ¡Ahh! Pero en A-3 TV se han decidido por el reality blandito, timorato, entretenido pero recatadito. «¡Don Juan, Don Juan, la puntita nada más, que soy doncella!», exclama doña Inés en una revisión libre, despendolada y satírica, del clásico Tenorio de Zorrilla. Exacto. La puntita nada más es a lo máximo que se han atrevido.
El espacio que emitieron después -a modo de spin-off-, una especie de informe sobre las relaciones que se gestan en España a través de internet, fue la tapadera final para intentar elevar a categoría sociológica y desrealityzar el conjunto.
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