Al contrataque

Pujol y el humor

MANEL FUENTES

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Siento fascinación por Jordi Pujol. Igual que por Josep Lluís Núñez. Junto al rey Juan Carlos, ellos han sido mis grandes personajes de pseudoficción. Aquellos que me dieron más alegrías cuando me dedicaba al retrato de personajes desde la imitación. Les estudiaba a conciencia para encontrar esa verdad que al ser revelada provocase una sonrisa. El humor, en parte, está en este tipo de cosas. Pujol, al que se comparaba con Joan Capri, dominaba el relato de historias más o menos inventadas, para acabar colando sus moralejas o enseñanzas. Y le funcionaban muy bien. Y además, relajado ante su público tenía humor. Humor consciente. Aunque reconozco que a mí lo que siempre me ha fascinado de los personajes públicos es su humor inconsciente. Aquel que surge a pesar del personaje. La risa que nos sobreviene desde la reacción del protagonista sobrepasado. Aquel ay, ay, ay que sentíamos todos cada vez que Núñez se enfrentaba a una aparición pública. Notabas los nervios, la intranquilidad que le producía la prensa. Pero en el fondo, ante la adversidad Núñez transmitía ternura.

El humor inconsciente de Pujol tenía más de ira. Vivía en sus cabreos públicos, en sus frases ininteligibles hablando como para sí, en sus ojos cerrados, en sus tics, en sus toses nerviosas. Delataban que ahí dentro había un cortocircuito. Algo que no quería ser dicho. Una mente que a toda pastilla valoraba lo que debía decir y lo que no, y cómo sería interpretado, por lo que a veces se generaba un cortocircuito y esa cabeza llegaba a la conclusión de que lo más adecuado era responder con una tos, un grito, una frase codificada o un «això no toca».

Sin ninguna gracia

Pujol siempre producía más hilaridad cuando la gracia no era buscada. Desde el «¡calleu!» a los militantes de CiU la noche de la primera victoria de Mas, que no evitó el primer tripartito, a frases tan delatoras como: «Si vols en parlarem, però no». Por eso, la supuesta confesión veraniega de Pujol no me ha hecho ninguna gracia.

Pujol no lo han pillado a contrapelo. Lo avisaron entre bambalinas y solo traspasó la cortina pública para contarnos vaguedades e intentar hacer mutis buscando el mínimo bochorno. ¿Por qué lo hizo ahora? Nadie lo sabe. ¿Por qué no nos cuenta qué cuantía tenía la herencia del avi Florenci? ¿Por qué antes de contarnos nada en el Parlament espera a que hable el júnior ante el juez? ¿O es que la fortuna del júnior tiene más que ver con el padre que con el abuelo? El caso es que se acabó el humor. No solo porque el tema nos duele sino porque no tenemos ni la pequeña satisfacción de ver que la verdad se nos aparece en los gestos y los detalles. Aquí no hay nervios. Todo parece una partida de ajedrez conocida desde hace tiempo que ahora alguien ha decido desenrocar. ¡Qué mal humor!