Editoriales
Pujol: una confesión que no era tal
El pasado 25 de julio, quien fuera president de la Generalitat durante 23 años y referente del catalanismo político, Jordi Pujol, sorprendió a propios y extraños con lo que pretendía ser una confesión de la ocultación fiscal de una parte del legado que recibió de su padre destinado a su mujer y a sus hijos. Decía el anciano político: «De los hechos descritos y de todas sus consecuencias soy el único responsable, y quiero manifestar de forma pública mi compromiso absoluto de comparecer ante las autoridades tributarias, o, si procede, ante instancias judiciales, para acreditar estos hechos». Para concluir que deseaba que «esta declaración sea reparadora en lo que sea posible del daño y de expiación para mí mismo».
Ese escrito ha dado pie a la actuación de la justicia española en diversos frentes, que en todos los casos ha iniciado sus actuaciones -como corresponde- emitiendo varias comisiones rogatorias a los bancos de Andorra y Suiza. También ha citado a declarar a Pujol, a su esposa y a sus hijos. Pues bien, las primeras reacciones de la familia van en dirección contraria a lo expuesto en la confesión. Nada de colaboración. Estamos ante las maniobras dilatorias habituales en los procesos en los que participan los grandes bufetes. El «único responsable» de la confesión se ha diluido ahora en una querella de la mujer y sus siete hijos para que la justicia andorrana localice a un hipotético chivato que habría violado el secreto bancario del Principado. Como tantas otras veces, se busca demostrar que una prueba obtenida ilegalmente contamina todo el procedimiento judicial que se deriva de ella. Una acción que puede recibir todos los calificativos menos el de la expiación. Se busca entorpecer y se pretende nuevamente una protección con la bandera catalana antes que explicar la verdad, aunque sea tarde y mal.
Si el nombre y el prestigio de Pujol fueron demolidos por aquella pretendida confesión, la estrategia judicial no hace más que agrandar la fisura entre el expresident y los catalanes, los que siempre habían desconfiado de Pujol y, sobre todo, los que más habían confiado en él y llevan semanas aturdidos. Esta estrategia jurídica confirma los peores augurios sobre la moralidad del personaje, sobre la sinceridad de su confesión y sobre el cinismo con el que respondió a las denuncias a lo largo de sus mandatos.
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