ANÁLISIS

Entre el racismo y las armas

RAFAEL VILASANJUAN

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Dallas de nuevo. La violencia de francotiradores regresa al lugar donde por el mismo método asesinaron a Kennedy. No hacía falta esperar una masacre para escribir que el enfrentamiento racial en EEUU persiste, a veces desgraciadamente hasta la muerte. La cuestión es cómo parar la batalla.

En el mundo de la comunicación viral es difícil ocultar que detrás imágenes como el asesinato en Minesota de Philando Castile, hay racismo. Cuando el miércoles pasado este joven negro, detenido por conducir con las luces de intermitente rotas, intenta mostrarle su identidad, el policía que le detiene le clava cuatro tiros. Esa vida acribillada es la que ha llevado a las manifestaciones en Dallas y en otras ciudades americanas.

Cuando todo falla recurrimos a las cifras, para saber si nos pueden explicar algo más de esta muerte injusta. Y lo que nos dicen es horroroso, porque aunque los vídeos lanzados a las redes, con solo 48 horas de diferencia, solo muestran dos casos, estos incidentes ocurren diariamente. Cada día una persona de color, armada o no, se convierte en una nueva víctima mortal en algún control de policía ¿Racismo? No hay la menor duda. Es imposible explicar como normal algo que debería ser excepcional. Pero es difícil encontrar una sola causa para justificar la muerte inocente de un conductor negro y la acción criminal de un policía. Como es difícil también justificar con una sola razón el asesinato de los cinco policías en Dallas, por francotiradores.

Sería fácil quedarnos en la idea de que es un acto racista, pero quedarían ocultas, bajo una sombra tan negra como la piel de las víctimas, otras muchas causas que puedan estar detrás de estas nuevas muertes. Por un lado, efectivamente, la permisividad hacia una cultura racista protege a la policía e impide castigos que deberían ser ejemplares. Aunque solo sea porque es el Estado quien le entrega las armas para controlar la seguridad, un homicidio policial debería ser juzgado con mayor rigor que cualquier otro. Algo que no se hace a pesar de que la violencia policial afecta principalmente a los negros, en un país donde el racismo vive de organizaciones legales y clandestinas que alientan el odio, policías que lo instigan y políticos que lo defienden.

Pero mas allá del racismo latente, en un país donde todos pueden ir armados, ¿no es comprensible que un policía reaccione por miedo? El acceso a las armas sigue siendo el gran debate pendiente y la otra gran amenaza a la sociedad americana. Hace solo tres años, cuando una masacre se llevó a 20 niños en una escuela, Barack Obama prometió abrir esa ley imposible, sin que ningún congresista hasta hoy haya percibido la necesidad de darle apoyo. Nadie pensaba que una cultura tan arraigada como el racismo acabara con la llegada a la Casa Blanca del primer presidente afroamericano. La economía y la desigualdad creciente solo han abierto más una brecha que urge ir cerrando. Pero entre los deberes pendientes, si se empieza por frenar al poderoso lobi de las armas para que el país deje de parecer el viejo Oeste, aunque no se pare la batalla, al menos frenará el baño de vidas inocentes perdidas, que desgraciadamente en EEUU ha dejado de ser excepcional.