INTANGIBLES

Un proverbio africano y Podemos

JESÚS RIVASÉS

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Muchos sudafricanos, un cuarto de siglo después del fin del apartheid, han esbozado un nuevo proverbio africano: "Hace falta por lo menos una generación para construir un país, pero apenas se necesitan unos meses para destruirlo". Sudáfrica, un país todavía de diferencias abismales ha creado, sin embargo, una clase media y media-baja de color mucho más próspera que la de cualquiera de sus vecinos. La población de color sudafricana que, en medio de grandes dificultades e injusticias, emerge y prospera, no quiere seguir la suerte de sus países limítrofes, Zimbabue Mozambique, en donde gobiernos populistas, tras quitar el poder a las minorías blancas, no han hecho otra cosa que empobrecer a toda la población. Ahora, el temor de la nueva clase media y media-baja sudafricana, que aspira a progresar, es que sus primos de Zimbabue y Mozambique, dispuestos a trabajar por la décima parte de salario que ellos y que huyen de sus países destruidos, les arrebaten sus empleos.

Todos los populismos, desde África a Iberoamérica, sin olvidar Asia, y sin que Europa esté vacunada, suelen coincidir en sus recetas económicas, que se cimentan en políticas monetarias ultraexpansivas de generación artificial de dinero -fabricación de billetes- que conducen, sin excepción a fenómenos de hiperinflación, cuyos ejemplos más recientes son Argentina, Zimbabue y la Venezuela de Chaves y Maduro, un país riquísimo, incapaz de sufragar el costo de extraer su propio petróleo.

La tentación de usar la máquina de fabricar dinero puede resultar irresistible, por ignorancia o por populismo, lo que no impide que algunos tentados se caigan del caballo, como San Pablo, descubran la certeza monetaria y la sigan, mal que bien, aunque les cueste votos y poder. Zapatero, al principio de la crisis, llegó a preguntar si España podría fabricar dinero a su antojo y financiar los déficits y la deuda si no estuviera en el euro. Pudo ser retórica o no. No importa. Sus asesores, Miguel Sebastián entre ellos, le explicaron que sí, pero le advirtieron de las consecuencias, como el desplome de la moneda -no una devaluación competitiva-, una inflación galopante y el cierre de todas las vías de financiación. Y, por supuesto, el ostracismo europeo. El entonces líder del PSOE, que nunca ganará el Premio Nobel de Economía, pero que tenía y tiene intuición política y es europeista, olvidó cualquier sueño imposible y a su manera, algo laxa, abrazó la ortodoxia para sortear el colapso económico español, aunque al no ser capaz de explicarlo bien a su gente le costó el descrédito y el hundimiento electoral de su partido del que sigue sin recuperarse.

Ahora, las encuestas constatan un pujante avance populista en España, con líderes que no pueden alegar ignorancia sobre el modelo económico que predican y que deberían recordar ese proverbio que dice que "hace falta por lo menos una generación para construir un país, pero apenas se necesitan unos meses para destruirlo".