El turno

La protesta egipcia no es lo mismo

MARÇAL SINTES

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Mientras la revolución hervía solo en Túnez, la cosa era sencilla, al menos para el mero observador externo. Es un movimiento contra la corrupción y la pobreza y a favor de la libertad y la dignidad. Hay que desear éxito a los hombres y mujeres que salieron y salen a la calle y echaron al dictador. No es descabellado creer que se puede avanzar hacia lo que muchos anhelan: un país árabe democrático, democrático de verdad. Si Túnez lo consiguiera, rompería muchos moldes, muchas ideas preestablecidas, muchos prejuicios. Lo que sucede en Túnez representa una gran oportunidad para los tunecinos, pero, en cierto sentido, también lo es para nosotros.

Sin embargo, el contagio de larevolución del jazmín ha complicado las cosas en Egipto. Egipto no es Túnez. Egipto tiene mucho más peso geopolítico, es una pieza clave en las relaciones y los equilibrios de poder en la embrollada política regional. Pero lo más relevante a ojos de Occidente es que, en la tierra de los faraones, los Hermanos Musulmanes no solo tienen una larga tradición, sino que constituyen una amenaza real, lo que implica que la revolución podría suponer abrir la puerta al islamismo. O sea, pasar del fuego a las brasas. Un poco como ocurrió en Irán, cuando las revueltas precedieron a la dictadura de los ayatolás.

¿Podemos estar a favor de larevolución del jazmíny temer la de Egipto? Me parece que sí, que no tenemos otro remedio. Al menos mientras no sepamos cómo evitar que los enemigos de la libertad aprovechen las revueltas a favor de la democracia -o la democracia a palo seco- para subyugar a los pueblos.