Prisas en el 'establishment' purpurado

ALBERT GARRIDO

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La tarde de la 'fumata bianca' la plaza de San Pedro rompió en aplausos porque el cardenal JosefRatzingerera el candidato favorito de quienes la llenaban, aunque también es cierto que cualquier otro cardenal que hubiese aparecido en el balcón de la basílica habría sido ovacionado, siquiera fuese por disciplina estricta de partido. Pero fue el teólogo alemán el elegido y eso dio pie a un sacerdote español, presa de la excitación del momento, a lanzar una pregunta al aire: "¿Dónde están los progresistas?" En verdad, más que una pregunta, fue un desafío retórico porque lo cierto es que en la plaza no los había y, fuera de ella, el pesimismo dominaba los ambientes progresistas desde mucho antes de que empezara el cónclave. No era para menos: el 'establishment' purpurado había dedicado los últimos años del pontificado de Juan Pablo II a cerrar filas para asegurarse la victoria y seguir con los juegos de poder consentidos por el Papa viajero, como muy bien explica hoyAlbert Sáez en su columna. La esperanza del establishment purpurado era sentar en la silla de Pedro a alguien inclinado a la reflexión y poco habituado a la gestión, a un intelectual conservador, brillante, pero retraído, más dado al ensayo erudito que al regate político en corto. El objetivo de los promotores deRatzingerera evitar que alguien levantara la alfombra acabado el papado de las multitudes extasiadas que todo lo encajaban gracias a las dotes de seducción del Papa polaco, estrella aplaudida allí donde iba con la misma alegre predisposición que exhiben los seguidores de las grandes figuras del rock.

LuegoBenedicto XVI resultó ser un conservador bastante heterodoxo porque no cedió un milímetro en sus convicciones morales y en cuanto atañe al dogma, pero pisó terrenos sembrados de minas en todo lo demás, llevado quizá por su convicción de que, para salvar al enfermo era inevitable alguna amputación. A medio camino entre la realpolitik y el paradigma idealista, Ratzinger se puso en marcha y el 'Vatileaks' resultó ser la estación de llegada inevitable después de afrontar la vergüenza de los casos de pederastia ocultados durante decenios, de desarmar a los legionarios de Cristo y de mostrar una preocupación por la transparencia contable bastante más acusada que la de su antecesor, por no hablar del disgusto general del aparato, que se sintió burlado por quien, promovido para mantenerse en la cátedra y no hacer preguntas, no solo las hizo, sino que, forzado por las circunstancias , tomó decisiones para sanear los cimientos del edificio. Y así fue como creció el vacío de facto en torno al Papa, sometido a la presión de la estructura de poder del Vaticano, que ha cercenado la posibilidad de aclarar el fondo de la conspiración conocida como 'Vatileaks' y ha zanjado el asunto con la condena del mayordomo del Papa.

El gran desafío para el 'establishment' purpurado, de ahora al cónclave, es trabajar sin descanso para disponer de un candidato que, como Ratzinger en el 2005, logre ser elegido. Pero, ¡ay!, el tiempo apremia y la sorpresa de la renuncia ha pillado a todo el mundo con el paso cambiado, vendetta suprema del aparentemente ausente Ratzinger de las cosas mundanas. Benedicto XVI no ha señalado a nadie como a alguien de su preferencia, muchos han bregado a su alrededor sin lograrlo que el dedo papal les señalara a ellos, y ahora el anciano se retira para contemplar desde la distancia si el 'establishment' purpurado es tan duro de pelar como a él le pareció o si, por el contrario, no es tan fiero el león como lo pintan y es posible que su sucesor mantenga algunas alfombras levantadas, aunque sea hablando en latín.