MI HERMOSA LAVANDERÍA

El turista no accidental

Turisme article Coixet

Turisme article Coixet / periodico

ISABEL COIXET

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Los vemos en pantalón corto, mapa en mano y nariz colorada mientras se pasean despistados ante iglesias, monumentos y tiendas de Zara. A veces llevan niños con camisetas de fútbol que se aburren mortalmente y que aprovechan cualquier pausa para jugar con el móvil y mandar mensajes a sus amigos. Los vemos en los restaurantes de paellas congeladas, en las tiendas de suvenires, en las terrazas bebiendo sangría. Los hay que consultan guías gastronómicas y no se dejan engañar por las brillantes fotografías que decoran las vitrinas de los bares. Pero son los menos. La mayoría come tapas porque es lo que les han dicho que deben comer, igual que visitan las catedrales porque se supone que es la coartada cultural antes de tumbarse en la playa y adquirir el color de los cangrejos que les hará sentirse mejor al volver a sus países y enseñar las fotos de las vacaciones a los compañeros de trabajo.

El trabajo es fundamentalmente lo que les distingue de nosotros: ninguno entiende cómo este país puede sostenerse con más de un cuarto de la población activa en paro. Tampoco lo entendemos nosotros. Y no es que el turista que llega aquí se interese por un país real: quiere sol, quiere playa, quiere jolgorio y poca cosa más. Muchos de ellos vuelven a sus lugares de origen sin haber cruzado una palabra con nadie, a excepción de los camareros que les sirven patatas bravas y cerveza. Mientras tanto, la presencia del turista, que empezó en los años 60 bajo el eslogan 'Spain is different', es cada vez más fundamental para el sostenimiento de nuestra maltrecha economía. Bares, restaurantes, tiendas, hoteles... estarían perdidos sin la avalancha de todos los años. Y la primavera árabe y sus consecuencias han influido sobremanera para que estos dos últimos años el número crezca.

Pero hay otra cara de la moneda: el turismo también ha contribuido en gran medida a la degradación de la costa, a la proliferación de la prostitución, las mafias, la especulación, la oferta de trabajo temporal, etcétera. La masificación trae consigo una bajada drástica de los niveles de calidad. El 75% de los suvenires que la gente se lleva a sus países están hechos en China, aunque representen el acueducto de Segovia. Y la proliferación de grandes cadenas como Starbucks, Subway o McDonald's solo favorece la demanda de mano de obra barata sin cualificar, mientras los beneficios se van fuera.

¿Es esto lo que queremos para nuestros hijos? ¿Un país de servicios al turista que ni siquiera prepara bien a las personas que tratan con él ? ¿Un país con los mejores restaurantes del mundo, donde en ciertas zonas es imposible comer una comida decente porque toda la oferta es, literalmente, bazofia? ¿Un país con una costa masacrada, poblada de discotecas y construcciones infectas? ¿Un país donde los estudiantes de Europa vienen a pillar comas etílicos sin miedo a acabar en la cárcel? Si eso es lo queremos, vamos por el mejor de los caminos.