MONÓLOGOS IMPOSIBLES

Las aventuras de Guillermo

Coronació Guillem

Coronació Guillem / periodico

Joan Barril

Joan Barril

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Me miro al espejo y veo que se me está poniendo cara de moneda. Me dijeron que sería rey hace mucho tiempo, pero jamás pensé que las monarquías fueran tan rápido. Mamá decidió dejarlo y me dijo que ya estaba bien de hacer de piloto en Kenia y de dedicarme a fundaciones más o menos benéficas y universales. "Ahora te toca a ti. Esta noche abdico e inmediatamente serás el rey de los Países Bajos". Y así fue. Al cabo de unos meses hicimos la fiesta de la entronización. Entronizar, ¡qué palabra más antigua! Cuando me lo dijeron me fijé en la gracilidad de Máxima convertida en piedra por los motivos de una casa real que a ella le pillaba muy lejos. Argentina no lloró por Máxima cuando se fue en brazos de un futuro rey. Más bien algunos argentinos contuvieron las lágrimas porque se verían representados en Europa por la hija de un ministro de Videla. Ahí estuve persuasivo: "Dile a papá que no venga. Será mejor para todos". Lo mismo le dije a Wim Kok, el primer ministro holandés. Wim habló con mi suegro y la entronización se hizo con calma y tranquilidad.

Siempre hay algún español entre nosotros. La familia del padre de Máxima llegó a la Argentina desde el País Vasco y allí se hicieron con un pequeño poder en la elaboración de azúcar. Mi suegro se apuntó al golpe de Estado de Videla y fue ministro de agricultura durante unos años. La agricultura no es un arma de represión. Me extrañó que mis actuales súbditos se opusieran a mi boda con Máxima por la biografía política de su papá. Señal de que los vínculos de sangre están muy enraizados en los Países Bajos. Los mismos motivos que provocan su adhesión hacia mí son los que intentan esgrimir para desautorizar mi amor por Máxima.

Otros españoles ilustres en mi país fueron Carlos V y Felipe II. Eran amigos de mi antepasado Guillermo I, tan amigos que Carlos V le declaró la guerra por la cuestión protestante y Felipe II le mandó a un asesino para que lo liquidara. Pero los Países Bajos supieron estar a la altura. Y acabamos montando colonias en todo el mundo casi sin necesidad de ejército.

Por eso creo que la monarquía que ahora encarno es una vulgar pieza de orfebrería que me da un trabajo innecesario. Holanda no necesita un rey porque ya se espabilarán solos sin mí. No es el momento de abdicar cuando hace solo unos meses que estoy en el cargo. Mamá no me lo perdonaría. Pero hay que hacer algo para acabar con esa vida de cenas de gala y de sonrisas al pueblo. De la pequeña fortuna de mi madre, mucho menor de lo que dijo la revista 'Forbes', siempre se puede disponer. Y eso nos permitiría ir por el mundo como unos turistas cualesquiera. Al fin y al cabo, a los reyes no se les conoce por la cara.

El único Guillermo que conocí fue un personaje inglés de la escritora Richmal Crompton que hacía las mil y una en sus libros. Las aventuras de Guillermo eran mis aventuras de la infancia. Pero todo eso acabó y ahora toca entrar en el mundo real y también real. Soy rubito, con papada cervecera y esos ojillos de batracio que miran más hacia adentro que aquello que se debería mirar. Por suerte el naranja me queda bien. Pero es que el naranja queda bien a todo el mundo.

Vamos, que todo eso de la entronización ha sido bonito mientras ha durado. Las niñas están encantadas con ese tipo de fiestas. Pero ya está bien por hoy. Prefiero ser el rey de mi casa y salir a pasear con Máxima. No en vano su nombre indica que ya no hay nadie más importante que ella. Un día de estos nos vamos a un 'coffee shop' de Ámsterdam a fumarnos unos porros, porque ya se sabe que el tabaco es nocivo, diga lo que diga el antiguo ministro de agricultura argentino.