tú y yo somos tres
Corina rechazó al vampiro
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
FERRAN MONEGAL
Qué lástima. Qué decepción. Entre los aspirantes a príncipe consorte habían seleccionado a un vampiro, y resulta que Corina no lo ha querido y le ha mandado de vuelta a Barcelona. ¡Hombreee! Era un vampiro catalán estupendo. Decía, como carta de presentación: «Me encanta pasear por los cementerios. Es relajante. Soy un vampiro romántico. He probado la sangre y me gusta. ¡Sabe a hierro! La que más prefiero es la O Universal. Vivo de noche, duermo de día...», y entonces Corina, la mar de impresionada, preguntó con un hilo de voz: «¿Y qué haces por las noches, si duermes de día?». Y el vampiro Pedro, muy serio, con mirada penetrante y terrible, contestó: «Pues te hago la faena de casa, cualquier cosa de provecho. Pongo la lavadora, separo lo blanco de lo de color. Lo blanco con lo blanco, lo negro con lo negro». ¡Ahhh! ¡Qué vampiro! Creo que ha sido un error descartarle tan pronto del concurso. No obstante, a pesar de esta pérdida, este programa (Un príncipe para Corina, Cuatro) es desternillante. Es como un cuento de hadas pero por la vía del cachondeo más despendolado y surrealista. La productora -la misma de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?- ha hecho un perfecto trabajo de selección de criaturas. A Corina la interpreta una hermosa malagueña disfrazada de princesita de la factoría Disney; y los aspirantes parecen todos sacados de una extravagante comedia de tipos. O sea, que el trabajo de los guionistas ha sido concienzudo. El conjunto es tan delirante como inofensivo. Tan inofensivo que ni siquiera hay el más mínimo atisbo de insinuación o referencia a la Corina que todos conocemos gracias a la regia actualidad de este país. Solo un aspirante, Álvaro, en un momento dado, dijo: «Corina, no me llamo Juan Carlos, pero me gustaría ser tu Rey». ¡Ahh! Más blancura, más suavidad, imposible.
MONTESQUIEU APUÑALADO .- El Salvados de Jordi Évole sobre la Justicia ha servido para constatar que en España, en efecto, se ha apuñalado a Montesquieu. La separación de poderes no existe. Todos los magistrados han señalado el perverso diseño: el Tribunal Supremo, y el resto de cortes de Justicia, están regulados por el Consejo General del Poder Judicial, organismo rector máximo cuyos integrantes son elegidos por el poder político. La consecuencia es evidente: «Los políticos controlan la Justicia, y esa es la forma de impedir que la Justicia controle a los políticos». Un plan perfecto, sí.
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