Pequeño observatorio

Entender que el destino es pasar

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Un escritor, aunque haya publicado libros elogiados por la crítica y leídos con satisfacción por un número estimable de lectores, al poco tiempo de la muerte -y quizá de un homenaje póstumo- puede quedar más o menos arrinconado. Borrado de la memoria pública.

Esto puede ocurrir al cabo de tres o cuatro años de la desaparición, y quizá menos. Quizá un editor que lo había valorado y querido intentará que se mantenga en el mercado una cierta presencia del autor ausente, pero lo más normal es que el éxito sea escaso.

La muerte de un escritor hará que baje un telón ante su obra. El telón quizá se levantará en alguna ocasión o con motivo de algún aniversario, y los lectores que le habían sido más fieles aplaudirán. Pero no tardarán en apagarse los focos.

Pronto saldrá a escena otro escritor que ganará premios, que será aplaudido, sin duda merecidamente. Acaso este nuevo escritor tendrá lectores que guardarán cola. También será admirado o será motivo de discusión mientras viva. Lo entrevistarán en los diarios, lo llamarán para intervenir en la radio o la televisión. Podrá llegar bien acompañado a los años de supervivencia.

Y si no ha quedado borrado antes, con su muerte se repetirá el proceso de una inevitable niebla sobre él y sobre su obra. Este mecanismo de los aplausos y el telón se irá repitiendo. Si miramos atrás, y dejando de lado a algunos escritores extraordinarios, los hechos son los mismos. La barrera de la muerte solo la saltan algunos privilegiados.

Esto preocupaba a Josep Pla. Un día el escritor ampurdanés le dijo a Josep Vergés, amigo y editor suyo: «¿Tú crees que cuando haya muerto todo lo que he escrito interesará realmente a alguien?». Me sorprendió la preocupación de aquel escéptico. Cuando no estemos, que pase lo que tenga que pasar.