LOS EFECTOS DE LA CRISIS

Volvemos a la edad media

Si la ciudadanía asume como natural que la redistribución de la riqueza corresponde cada vez más a la iniciativa privada, cabe preguntarse para qué sirven los impuestos que se pagan al Estado

EL GRAN RECAPTE SUPERA LAS 1.700 TONELADAS DE ALIMENTOS_MEDIA_3

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Andreu Farràs

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Hasta que llegó esta crisis, elneoliberalismo voraz, nacido en la Escuela de Chicago e impulsado con espectacular éxito internacional en la década de los 80 por el estadounidenseRonald Reagany la británica Margaret Thatcher, apenas había logrado atravesar el canal de la Mancha y alcanzar las playas del continente. Ahora, gracias a los indesmayables oficios deAngela Merkel, la deconstrucción del Estado del bienestar que propugnaban los acólitos deMilton Friedmanestán alcanzando sus últimos objetivos en toda Europa, el principal bastión del 'Welfare state', desarrollado tras la segunda guerra mundial bajo la presión amenazante de la Unión Soviética. Tanto es así que, desde que la socialcristiana hamburguesa es 'bundeskanzlerin', el 10% de los alemanes concentran el 67% delcapital y un 50% debe conformarse con el 1,4% de los activos privados, según un informe del propio Gobierno federal.

En los manuales de ciencias sociales, y en más de una constitución nacional, se establece que en los países modernos --herederos de sucesivas revoluciones liberales y atemorizados por las experiencias de laEuropa del Este--, el Estado asume la obligación de procurar elbienestar de sus ciudadanos. Este fruto delpacto social se basa en los principios de igualdad de oportunidades y la distribución equitativa de la riqueza, así como la responsabilidad pública de garantizar los mínimos requisitos para la subsistencia. Estos son, según dichos manuales --y ciertas cartas magnas como la española--, los elementos característicos del Estado del bienestar, junto con un sistema de seguridad social y una política fiscal que vele por la redistribución de la renta.

El monarca y el consejo de notables

Siglos atrás, larecaudación de impuestos tenía como finalidad la financiación de la defensa y expansión del país (los ejércitos), de los funcionarios y de la corte. Eran épocas lejanas en los que el rey y sus consejeros no se preocupaban de la redistribución de la riqueza del país ni del porvenir de sus súbditos, pues se trataban de misiones propias de determinadas órdenes religiosas. El monarca, mientras, se dedicaba a presidir actos protocolarios, cultivar relaciones diplomáticas y dejar el pabellón bien alto en fiestas y cacerías. Eran tiempos arcaicos, claro, en los que el rey no se reunía con los representantes del pueblo para intentar conciliar los intereses contrapuestos de condados, gremios o ciudades. El rey, por aquel entonces, prefería departir con los más poderosos y ricos, lo que ahora sería elConsejo Empresarial de la Competitividad,que aglutina a los presidentes de las 17 empresas más importantes de la España actual.

Hasta que no se instauró el denominadoEstado del bienestar, laeducación, lasanidad y lasayudas a los menos favorecidos no figuraban entre las obligaciones ineludibles de las administraciones, y no existían las prestaciones por desempleo ni las pensiones públicas. En los últimos años, la durísima recesión que están sufriendo muchos países europeos --con especial incidencia en España-- las formaciones políticas conservadoras --y no pocas socialdemócratas-- están logrando, no solo una involución en estosfundamentos de la cohesión social sino que la opinión pública asuma que son asuntos que debe resolver de modo prevalente la ciudadanía.

La solidaridad también se privatiza

Las campañas benéficas como elGran Recaptey la inminenteMarató de TV-3merecen todos los elogios. Pero si la ciudadanía asume sin más que la redistribución de la riqueza, la ayuda a los menos favorecidos en un Estado democrático social de derecho corresponde sobre todo a las iniciativas de colectivos más o menos amplios, organizados y movidos por lasolidaridad (antes llamadacaridad), cabe preguntarse para qué pagamos todos y cada uno de nosotros impuestos a la Administración pública, teórica encargada principal de velar por el mínimo bienestar de todos y cada uno de nosotros.

Y también podemos preguntar: si elGobierno se apresura a salvar a las entidades financieras en bancarrota por culpa de la desidia y la codicia de sus directivos, pero no activalos poderosos instrumentos de que dispone para paliar elsufrimiento de millares de ciudadanos que no tienen con qué alimentarse ni un techo bajo el qué cobijarse, ¿para qué sirve el Estado? Si se privatiza la educación, la sanidad y la solidaridad entre ciudadanos, ¿para qué dedicamoscerca de cuatro meses de nuestro sueldosueldobruto anual a abonar los tributos que nos corresponden? Hace unos años, la diferencia de sueldo entre unempleado y undirectivo era de 1 a 20; hoy es de 1 a 250. Y de todos los países de la UE, solo en Lituania hay más desigualdad social que en España.

La previsión del inconsciente colectivo

Si, tras todos los recortes que ha habido y habrá en servicios sociales, educación, sanidad, investigación e infraestructuras, los impuestos ya tan solo sirven para garantizar laintegridad territorial de la patria y los sueldos (cada vez más mermados) de losfuncionarios, estamos volviendo a la edad media, cuando de las escuelas, las universidades, los hospitales y la beneficencia se encargaban, con distinta fortuna, diversas instituciones eclesiales.

El inconsciente colectivo parece que empieza a dar ya por descontada estaregresión al medievo y quizá por eso están logrando tanto éxito series televisivas como'Isabel'y'Juego de tronos'o ha cosechado tantos apoyos en las últimas elecciones catalanasOriol Junqueras, profesor de historia en la UAB y gran admirador deJaume I.

@afarrasc