La clave
Y el príncipe saludó a Gerry Adams
Juancho Dumall
Ha trabajado en las áreas de Política, Opinión y en la edición del fin de semana.
JUANCHO
Dumall
Establecer paralelismos entre distintas realidades históricas siempre es adentrarse en territorio pantanoso. Pero la fotografía del histórico saludo el martes entre el príncipe Carlos de Inglaterra y el líder del Sinn Féin, Gerry Adams, invita a reflexionar sobre lo lejos que están los avances en el proceso de cicatrización de la profunda herida del terrorismo del IRA con el limbo pernicioso en el que vive aquí el no terrorismo de ETA.
Durante una recepción celebrada en la universidad de Galway (Irlanda) Carlos de Inglaterra, de visita oficial en el país, estrechó durante trece largos segundos la mano del líder del partido de los republicanos católicos de Irlanda del Norte y presunto jefe supremo del IRA, grupo terrorista armado que inició su irreversible camino hacia la desaparición con el Acuerdo de Viernes Santo de 1998. Es decir, fue un encuentro entre el heredero de la Corona británica y el supuesto jefe del grupo armado que puso en jaque con sangrientos atentados a los gobiernos de Londres durante tres décadas. Se trata, por tanto, de un gran gesto de reconciliación una vez han callado las pistolas.
Aquí, las armas de ETA también han callado. Pero no hay encarrilado un verdadero proceso de desarme ni desde la política se han tendido los puentes suficientes para pasar a la fase de reconciliación -que no de olvido- posterior al alto el fuego. Quien pudo jugar en Euskadi el papel de Adams en Irlanda del Norte, Arnaldo Otegi, sigue en prisión; ETA no ha entregado sus arsenales; el Gobierno del PP todavía agita el terrorismo etarra para cerrar filas y ganar votos, y cierta prensa no duda en meter a la ETA -derrotada y arrinconada en las cárceles- en la batalla electoral (vease este titular de portada del diario El Mundo del martes: «Los presos de ETA quieren a Podemos en el Gobierno»).
Arma arrojadiza
Británicos e irlandeses dan pequeños pasos, aunque sea en el terreno simbólico, para superar un periodo infausto, mientras que aquí el terrorismo etarra, felizmente desaparecido, sigue siendo un arma arrojadiza, que aún utilizan candidatos como Esperanza Aguirre para atacar a sus adversarios.
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