La rueda

El presidente que prometió dar la cara

IGNACIO ESCOLAR

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Detrás de esa fea costumbre del Gobierno de esquivar el Congreso para todo lo que no sea darle al botoncito y aplaudir al líder carismático se esconde un profundo déficit democrático. Hay más síntomas de esta enfermedad. Cada vez queMariano Rajoy evita una rueda de prensa, no es a los periodistas a quienes niega las respuestas: es a los ciudadanos. Cada vez que el PP bloquea una comisión de investigación o veta un debate en el Parlamento, no es a los diputados a los que desprecia: es a la soberanía popular. Cada vez que el presidente o algún miembro del Gobierno salen corriendo del Senado o del Congreso, escoltados por un mar de guardaespaldas, no es de las cámaras de televisión de quienes huyen: es de su propia responsabilidad, de sus funciones. La democracia no consiste en votar y callar. No es elegir a un dictador cada cuatro años. Entre otras cosas, también pasa por explicar las decisiones a los ciudadanos, que no son súbditos sino los verdaderos soberanos.

En la Europa civilizada, la derrota generacional que supone acudir a un plan de rescate exterior ha provocado dimisiones, comisiones de investigación, mociones de censura y adelantos electorales. En España, ese rescate que ni siquiera se admite como tal no merece ni un pleno monográfico en el Congreso con el presidente dando «la cara ante la crisis económica», como prometió. Hay que inyectar en la banca el dinero que no tenemos, hay que pedírselo a Europa a cambio de condiciones aún no aclaradas, y se niega a los ciudadanos el básico derecho a saber en detalle qué ha pasado para llegar a este naufragio.

En el colmo del desprecio al parlamentarismo,Rajoyha decidido también que este año no toca debate del estado de la nación. No hay nada de lo que hablar, al parecer. No hay para qué molestarse. El PP justifica este veto en un precedente de hace 22 años, el deFelipe Gonzálezen 1990. Seguro que si sigue retrocediendo en la historia de España encontrará otras excusas más ajustadas al método aplicado: no hay debate porque yo lo mando. Y punto.