Preparados, listos...

ÓSCAR LÓPEZ

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Falta menos de un mes. Las editoriales calientan motores porque se juegan buena parte del año en estas próximas semanas. La Diada de Sant Jordi y la Feria de Madrid son la Champions de los libros, el punto de inflexión que pondrá a cada uno en su sitio a nivel comercial. Los habrá que se tiren al gintónic para celebrar los resultados y los que se tiren a los antidepresivos. Si como me cuentan, la temible lista Nielsen aseguraba que solo ocho títulos lograron el año pasado rebasar la cifra de 100.000 ejemplares vendidos, entenderán la que se le viene encima al sector editorial. Y eso que algunos dicen vislumbrar brotes verdes, pero sigue habiendo miedo, mucho miedo. Así que los grandes transatlánticos ya han salido de puerto camino de estos grandes eventos, dispuestos a destrozar las listas, y de paso destrozarse las muñecas firmando. Ustedes saben y yo también, que María Dueñas, Arturo Pérez-Reverte, David Trueba, Dolores Redondo y la incombustible E. L. James, entre otros, se lo van a comer todo. Y fantástico que así sea. Pero confieso que cuando me ensimismo y pienso en las últimas lecturas que me han hecho fibrilar, siento la necesidad de pedirles, humildemente, que se hagan un favor, y sin renunciar a esos grandes éxitos, se atrevan también con otros títulos, que aunque se hayan vendido menos, no  van a olvidar. Últimamente no sé las veces que me he asomado a El balcón de invierno de Luis Landero: un relato de extrema sensibilidad que va al rescate de una memoria familiar que acaba por ser la nuestra. También he deambulado por Entre culebras y extraños del autor gallego Celso Castro, para vivir una poética historia de crecimiento, que el autor asegura que es la suya cuando es la de todos. Y cómo no, he entrado en el Gran Cabaret de David Grossman, del que he salido con la certeza de que la infancia es la verdadera patria del ser humano. Son tres novelas; podrían ser algunas más. Historias que no generarán grandes colas cuando llegue el día de autos, ni les provocarán tendinitis a sus autores, pero que si tienen a bien leerlas, descubrirán que hay dedicatorias que no es necesario reclamar. Están en la propia obra.