El Radar

El precario espacio de diálogo político

JOAN CAÑETE BAYLE

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El lunes publicamos la última entrega de Catalunya 2014 (elperiodico.com/catalunya-2014), el ciclo de encuentros entre los líderes políticos catalanes y ciudadanos. Artur Mas, Oriol Junqueras, Pere Navarro, Joan Herrera, Alícia Sánchez-Camacho, Albert Rivera, David Fernàndez y 70 ciudadanos (diez por encuentro) han sido los protagonistas de un formato que pretende establecer puentes de diálogo entre políticos y ciudadanos.

Tres temas, sobre todo, centraron los encuentros: el proceso soberanista, el deterioro del Estado del bienestar y la desafección de los ciudadanos hacia la política. En los debates, hubo duras críticas a los políticos en general y al político de turno en particular, sobre todo si ejerce el cargo (Mas, Sánchez-Camacho, un poquito de Junqueras). Al acabar los encuentros, la mayoría de los participantes solían coincidir en dos cosas: primero, que en la distancia corta el político mejoraba; segundo, que el político no les había convencido, que seguían con las mismas ideas que traían de casa.

No era el objetivo obrar cambios ideológicos, por supuesto, pero es cierto que fue difícil encontrar momentos de diálogo en las más de 14 horas de conversación entre ciudadanos y políticos. Hubo preguntas y hubo respuestas; hubo intercambios de opiniones, en ocasiones agrios;  hubo momentos en los que el político solo estuvo interesado en colar su discurso y momentos en los que algún participante solo quiso hablar de su libro. Pero el diálogo, entendido como dos participantes en una conversación dispuestos a escuchar los argumentos del otro,  no abundó. El político tiene la tendencia a irse por la tangente y a ponerse en modo orador como si estuviera en el Parlament (ese «matrix», como lo definió David Fernàndez), y abruma con cifras, sus cifras, y recurre a trucos que ante la gente no funcionan, como replicar a un crítico con la corrupción afectado por los recortes sanitarios si se ha leído las conclusiones de la comisión del Parlament sobre la gestión en el ámbito sanitario y las relaciones entre el sector público sanitario y las empresas privadas. Claro que no las había leído, como si eso hiciera falta para saber que la Sanidad anda renqueante y que el espacio que deja la retirada pública es un goloso pastel para la vanguardia privada.

Y al contrario: el ciudadano, ante la posibilidad de hablar sin intermediarios con un político, acude a la cita con más ganas de hablar que de escuchar. Es tan rara la oportunidad, sucede tan pocas veces, que la motivación suele ser otra: es el político el que debe escuchar al ciudadano, un baño de realidad, unas cuantas verdades del barquero. Por eso, aunque el político caiga bien, la intención de los participantes siempre fue ponerlo en una situación incómoda. No hay flores para los representantes de parte de sus representados.

Y no suele haber diálogo público, tampoco. Lo cual no debería sorprendernos, ya que la comunicación (y la participación) política sigue estando profundamente anclada en un esquema vertical -emisor, mensaje, receptor-, undireccional, sin otro feedback que no sea la confrontación de posturas de cemento armado. Cuando se cambian las tornas, cuando el ciudadano pasa a ser el emisor, en esencia sigue dándose un intercambio de mensajes unidireccionales, con escasos momentos de diálogo. Da que pensar, pero no sorprende, que fuera Fernàndez con quien los participantes tuvieron la sensación de haber dialogado más.

No compete a los ciudadanos cambiar la forma de comunicación política, ya que está vinculada a la forma de participación política que deciden los partidos. Pero bien harían estos, y sus intermediarios, en darse cuenta de que la verticalidad es una de las causas de la desafección. Urge crear un auténtico espacio de diálogo y debate político.