Editorial

Prácticas oscuras en los testigos de Jehová

Miguel García en el paseo de Sant Joan de Barcelona, el pasado viernes.

Miguel García en el paseo de Sant Joan de Barcelona, el pasado viernes.

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Los testigos de Jehová son una entidad religiosa que reúne los requisitos marcados por el Estado, está registrada desde 1970 y tiene el reconocimiento legal de Notorio Arraigo, otorgado por la Comisión Asesora de Libertad Religiosa, desde hace diez años. No se puede hablar estrictamente, pues, de problemática sectaria en relación con sus actuaciones, aunque lo cierto es que podemos albergar dudas razonables a partir de determinadas prácticas. Una de las más notorias es la prohibición a los adeptos de recibir transfusiones de sangre, un detalle que siempre es cuestionable y más aun cuando se trata de menores.

Otra, quizá menos conocida, es la existencia de tribunales paralelos a los estatales, unos comités judiciales internos que velan por el mantenimiento de las normas morales que rigen esta organización teocrática. La incidencia de este tipo de juicios -opacos, secretos e inquisitoriales- en las personas que los sufren supone para ellas una humillación personal que incluso llega hasta el desarraigo familiar.

Algunos casos recientes de corrupción y acusaciones de abusos; la disciplina y la estructura religioso-empresarial centralizada en una multinacional con sede en Nueva York; y ejemplos como el que publica EL PERIÓDICO referidos a una presión casi sectaria, insistente, arcaica y con pinceladas de homofobia, deben ponernos en alerta contra toda conculcación de la libertad de los ciudadanos, sean o no creyentes.