ANÁLISIS

El portazo de Sayed Kashua

MONTSERRAT RADIGALES

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El pasado mes de marzo el escritor Sayed Kashua estuvo en Barcelona presentando su última novela, ‘Segona persona del singular’, que acababa de ser traducida al catalán. Este diario le entrevistó y publicó un perfil del personaje, no en el ámbito literario sino en el político e identitario. Porque Kashua es una figura singular. Pertenece a esta comunidad a la que Israel llama “árabes-israelís” y que ellos, mayoritariamente, prefieren ahora llamarse “palestinos ciudadanos de Israel”, como señalaba el mismo Kashua. Es la población árabe palestina --y sus descendientes-- que permaneció en el territorio de lo que hoy es Israel tras la proclamación de este Estado en 1948 y adquirió la nacionalidad del nuevo país.

No es esto lo que hace a Kashua singular en sí, sino el hecho de que, en cierta medida, este escritor era símbolo de una esperanza. La suya era una historia de éxito y, como tal, la constatación de que, a pesar de los prejuicios y la discriminación, se podía ser palestino y formar parte de la sociedad israelí, entendida en el sentido más amplio e inclusivo; se podía ser palestino y ser "alguien" en la sociedad israelí; se podía ser palestino, e incluso ser muy crítico con la sociedad israelí, y ganarse el respeto de muchos, indistintamente árabes y judíos.

Sin renunciar a sus raíces ni a su identidad árabe y palestina, Kashua escribía en hebreo, lengua que no aprendió hasta la secundaria –"quiero influenciar a la mayoría y que mis libros estén en las estanterías", dijo a este diario. Se había convertido en una celebridad, sobre todo desde que creó una muy popular serie televisiva, 'Arab Labor', de la que era el guionista. Sus novelas se venden en Israel por decenas de miles y sus columnas periódicas en el diario izquierdista israelí 'Haaretz', siempre irónicas, sutiles y punzantes, proporcionaban una preciosa ventana, también para el lector en inglés, sobre la vida cotidiana de estos casi 1,7 millones de ciudadanos, palestinos e israelís a la vez, que constituyen aproximadamente el 20% de la población de Israel.

Kashua estaba contento porque dentro de poco iba a viajar a EEUU para pasar un año como profesor invitado en una universidad. Escribo en pasado –"era" símbolo de una esperanza-- no porque le haya ocurrido nada físicamente. Pero le ha ocurrido algo en lo más íntimo de su ser, y la esperanza se ha roto..

Hace tres días, escribió una nueva columna en 'Haaretz', una de las más dolorosas que ha publicado jamás este rotativo progresista, en la que anunció que no soportaba más la situación, que había llegado a la conclusión de que la "coexistencia entre judíos y árabes ha fracasado", que no pensaba volver a Jerusalén tras su año académico en Estados Unidos como había planeado, y que, de hecho, no pensaba volver a Jerusalén nunca más.

Kashua es una nueva víctima del fanatismo y la intolerancia en Oriente Próximo, de quienes desde el campo palestino celebraron como un éxito el secuestro y el asesinato de tres estudiantes judíos israelís, y de quienes desde el campo judío incitaron al odio y la venganza, inundando las redes sociales de mensajes racistas llamando a matar palestinos, y de quienes se lo tomaron al pie de la letra, secuestraron y quemaron vivo a un joven palestino.

Kashua no es el único, ni palestino ni israelí, que ha tirado la toalla y se ha marchado de su país porque ya no puede tolerar un clima político cada vez más degradante. Y a este clima, y a esta espiral del odio que acorrala a la gente sensata y de bien, solo se podrá poner fin con un acuerdo político que selle la paz y ponga fin a la ocupación de los territorios palestinos de una vez por todas. Unos y otros, israelís y palestinos, lo necesitan como el aire que respiran.

Mientras, Kashua seguirá siendo un símbolo, pero otra clase de símbolo. El símbolo de que algo muy profundo se está rompiendo o se ha roto ya del todo. Y, con su marcha, todos pierden. De hecho, todos perdemos.