La clave

El ridículo de Hernando

JUANCHO DUMALL

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Rafael Hernando, inefable portavoz del PP en el Congreso de los Diputados, ha intentado, con más voluntad que acierto, justificar por qué en la anterior legislatura hizo una atrabiliaria rueda de prensa contra el entonces presidente de la Cámara, Patxi López, por haber ordenado el debate de investidura de Pedro Sánchez de idéntica manera a como lo ha hecho ahora la presidenta Ana Pastor para la de Mariano Rajoy, esta vez con la aprobación de los populares.

No es que deba sorprendernos mucho la distinta vara de medir que emplean algunos chusqueros de la política. Ni tampoco que este personaje, correoso diputado por Almería, se meta en un charco. Hernando es, como se sabe, el hombre puesto allí por su partido para hacer de duro, para atender al tendido más ultra del PP y, como se dice en la jerga, para dar caña. Pero su gesto, llamar al entonces presidente del Congreso «mamporrero del PSOE» y hablar de decisión «caciquil», «antidemocrática» y de «falta de respeto con la Cámara» porque Sánchez iba a intervenir en solitario el primer día del debate, como hará Rajoy el martes, es el perfecto ejemplo para ilustrar una de las causas de la crisis política del país. La desafección, la pérdida de confianza en las instituciones, la extendida impresión de que los partidos son maquinarias de poder que solo piensan en sus propios intereses son fenómenos que emanan de episodios como este.

Porque, ¿ha pedido disculpas Hernando? No. ¿Ha hecho autocrítica? No. ¿Ha dado alguna explicación coherente? No. ¿Ha hecho propósito de la enmienda? No. ¿Ha sido amonestado por su partido? No. Simplemente ha quedado en ridículo, lo cual debe de ir en el sueldo, pero ahí seguirá. Hasta la próxima.

Regeneración democrática

La regeneración democrática no es solo limitar el número de aforados, obligar a dimitir a los imputados o cambiar la ley electoral. Tan importante como esas medidas es exigir a los políticos que no mientan, que no pisoteen a las instituciones por intereses partidistas y que no sean simples palmeros de sus jefes. En definitiva, que ejerzan la pugna política de manera distinta a la disputa tabernaria.