Al contrataque

Por todos los santos

Ante Dios, la Ciencia o la Naturaleza todos somos iguales, pero aún hay torpes intermediarios que ponen trabas y barreras al consuelo de muchos

Urnas biodegradables con cenizas de difuntos, en el 2009, en un espacio del cementerio de Montjuïc.

Urnas biodegradables con cenizas de difuntos, en el 2009, en un espacio del cementerio de Montjuïc.

MANEL FUENTES

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Quien más, quien menos, todos hablamos con nuestros muertos. Les echamos de menos, les contamos lo que nos pasa y los grandes 'hits' que se han perdido. No queremos perder la conexión. Enterrados o incinerados, les seguimos hablando, como si ellos siguieran existiendo en algún lugar en forma y contenido similar al que nos mostraron en la Tierra. Le hablamos al alma, a su mirada atenta, a la sonrisa que ponían a nuestras palabras. Ellos siguen viviendo en nosotros. A través de las historias que nos dejaron, de las fotos, de la lápida o de las cenizas, de lugares y canciones que fueron suyos… En su invocación hay alivio y pena… y al final la misma pregunta de siempre: ¿Adónde fueron? ¿Dónde viven sus almas?

Para muchos la religión sigue siendo refugio inquebrantable, pero en días como hoy me acuerdo de un aforismo de Jorge Wagensberg: «A más ciencia, menos religión». Y es que, sin que nadie se lo tome a mal, muchos pasajes de la Biblia que nos parecían 'mágicos', hoy tienen explicación racional. Muchos misterios del mundo o de la evolución quedaron explicados sin recurrir a la fe o a la leyenda. Intuyo que hoy la física cuántica será la que más alegrías y novedades nos dará sobre nuestros muertos. Ya se habla de la posibilidad de muchas líneas de espacio posibles. ¿Las habrá también de tiempo? ¿Aunque sea cuántico? De momento, la vida sigue siendo un misterio y Dios, una idea tan irrefutable como indemostrable. Una grandísima idea que ayuda a muchos a vivir y a morir. El problema está en los intermediarios.

ESPARCIR CENIZAS

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha redactado un documento, con la firma del papa Francisco, por el que la Iglesia católica prohíbe esparcir las cenizas de los difuntos o tenerlas en casa. Incumplir esta medida podría llevar a la negación del funeral al fallecido o a su expulsión de la Iglesia. Aun comprendiendo algunos de los argumentos, y agradeciendo que hace unos años el Vaticano aceptara la cremación, es una pena que un católico que esté a punto de dejar esta línea de realidad y desee esparcir sus cenizas en su rincón de mar, tenga que elegir en esos momentos complicados entre cruz, mar o montaña.

Ya podrían ser un poco más generosos estos señores curas, ahora que aún pueden. Quizá mañana la ciencia nos elimina el misterio y les deja sin el poder del alivio que para algunos aún ostentan. Por cosas como estas, y en días como hoy, uno se acuerda no solo de los muertos, sino también del tortuoso camino que los católicos homosexuales o las mujeres deben recorrer en vagones de segunda clase de este gran tren vaticano. Ante Dios, la Ciencia o la Naturaleza todos somos iguales, pero al parecer sigue habiendo torpes intermediarios que ponen trabas y barreras al consuelo de muchos y a su atisbo de felicidad. Por todos los santos…