La rueda

¿Por quién doblan las campanas?

Es difícil que un hotelero de El Cairo atienda las quejas de un turista por la llamada nocturna a rezar

JORDI MERCADER

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«Nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti». Así reza el verso del siglo XVII que inspiró a Hemingway el título de su famosa novela. Pero la poesía de John Donne también se pregunta «¿quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?». Cuatro siglos después, en Girona han dado con la respuesta: es el forastero que tras hacer el turista, visitando la catedral y admirando su campanario, le molesta el toque de las horas por estar alojado en un hostal histórico. La decisión del ayuntamiento de Girona, la sentencia del TSJC sobre el caso de la iglesia de Sant Mori y las 15 advertencias del Síndic a otros tantos ayuntamientos, incluido el de Barcelona, para que las campanas dejen de sonar por la noche para no turbar el sueño de los ciudadanos, aunque no sean turistas, es reflejo de la debilidad de la Iglesia católica.

Desde la noche de los tiempos, los 30 toques diferentes de las campanas y sus avisos horarios marcaron el ritmo de vida de los vecinos, feligreses o no, sin la más mínima expresión de molestia. Tal vez fuera por sumisión al poder eclesiástico o simple aceptación de una tradición sonora que ya forma parte del patrimonio, como dijo el 'conseller' de Cultura,  Santi Vila.

Un país que retrasa obras como el canal Segarra-Garriges para salvar pequeños santuarios de aves debería hacer caso al 'conseller' y mantener la voz de los campanarios; atenuando la frecuencia por la noche, saltándose el toque de los cuartos, por ejemplo, pero evitando su silenciamiento por intereses comerciales o pruritos antirreligiosos.

Es difícil imaginar a un hotelero de El Cairo atendiendo la queja de un turista por el llamamiento nocturno a la oración del muecín en más de 4.000 minaretes. Para los cairotas creyentes es un aviso, para los visitantes una leyenda.