La clave

¿Por qué no una ley electoral?

El espectacular aumento de la participación ha echado por tierra uno de los grandes mitos de la política catalana: el de la abstención diferencial

ALBERT SÁEZ

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Veremos si la legislatura consigue superar su primer reto: elegir un president. Un empeño que, hoy por hoy, es cosa de Junts pel Sí y la CUP y que tiene a Artur Mas en el epicentro de la negociación. Veremos. Quien les diga que conoce el final de esta negociación, simplemente les engaña. Si la legislatura arranca, una de las tareas pendientes es la elaboración de una ley electoral, cosa que acabaría con la vergüenza que supone que un territorio que se plantea la independencia no haya ejercido una de sus competencias más nucleares.

Los resultados de las elecciones del domingo son un estímulo para dar ese paso. El espectacular aumento de la participación hasta el 77,4% ha echado por tierra uno de los grandes mitos de la política catalana: el de la abstención diferencial. Según esta teoría, la baja participación en el área metropolitana de Barcelona sumada al sistema electoral consagrado en la disposición adicional del Estatut de 1979 permitía a los partidos nacionalistas gobernar sin tener el suficiente apoyo popular por la sobrerrepresentación de Girona, Tarragona y Lleida. Este hecho ha provocado una y otra vez el bloqueo de los intentos de tener una ley electoral propia. Los partidos nacionalistas se negaban a variar la proporción por miedo a perder diputados. Y los afincados en el área metropolitana no aceptaban ninguna reforma que no les garantizara la compensación de la abstención.

El domingo ambos presupuestos resultaron falsos, de manera que los nacionalistas -ahora independentistas- podrían aceptar una mayor proporcionalidad y el resto se podría conformar con menos. Ahora un diputado de Barcelona vale 49.000 votos mientras que en Lleida cuesta 21.000 (en el caso del Congreso, un escaño de Barcelona sale por 78.000 votos y el de Soria por 16.000).

ROMPER BLOQUES

Una ley electoral también obligaría a romper la dinámica de bloques pues precisa de 90 diputados. Y podría ser un objetivo compartido por quienes quieren desconectar, desobedecer, reformar o regenerar. Sería garantía de que las reformas son posibles y que las rupturas con respetuosas.