La clave
¿Por qué no gusta la realidad?
La vida, sin la trampa ni el cartón de los 'spin doctors', tiene más momentos sórdidos que tardes de gloria
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
El desfile de la familia Pujol por el Parlament, con amantes y espías incluidas, provoca intensos debates dentro y fuera de los medios de comunicación y de las redes sociales. Multitud de personas de larga y dilatada militancia en la izquierda lamentan el tono de las intervenciones que califican de espectáculo televisivo. La comisión tampoco gusta al entorno convergente que la considera el resultado de una pataleta republicana en vísperas de las elecciones. Si la comisión no se hubiera puesto en marcha, los primeros lamentarían la falta de calidad democrática del Parlament. Y los segundos serían aún menos creíbles cuando aprueban leyes de transparencia o prometen construir un «país nuevo». La grandeza y la miseria de la política es que permite cambiar de opinión sin necesidad de liarse a tortazos.
Desde mi punto de vista, la comisión es un espléndido ejercicio de realismo social. Los hijos mayores de Pujol, la amante despechada, la madre del clan, los asesores fiscales o los detectives que hemos visto hasta ahora se parecen bastante a alguna gente que anda por la calle. Además, la mayoría de ellos acudieron al Parlament sin consejeros áulicos que les dijeran lo que les convenía decir para ganar votos. Como mucho, han ido con sus abogados.
El germen de la corrupción
La vida, pues, sin la trampa ni el cartón de los spin doctors, tiene más momentos sórdidos que tardes de gloria. A menudo, nos quejamos de que en los parlamentos hay exceso de impostura, pero cuando desaparece la cruda realidad nos provoca repulsión.
Ahora sabemos mejor que antes en qué ambientes y con qué tipo de gente se criaron los hijos de Pujol. No es tan sustancial como encontrar los papeles que acrediten el origen y montante del legado del abuelo o las pruebas para demostrar o refutar la corrupción que se intuye. Pero demuestra la manera de hacer y de vivir de una cierta Barcelona -encarnada por Victoria Álvarez- que un día simplemente cambió a Porcioles por Pujol y siguió haciendo los negocios que alguien había dejado atados y bien atados. Ese es el germen y no el reciente soberanismo.
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