ARTÍCULO DE OCASIÓN

¿Por qué leer?

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DAVID TRUEBA

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Después de las festividades del Día del Libro y prestos a sumergirnos en las distintas ferias que se dedican a los autores, como en otra época del año se dedican al ganado, son muchas las personas que se preguntan si la costumbre de leer no está en franca decadencia. A nadie le acomoda del todo la vida de los otros y a quien lee, y obtiene de ello un enorme placer, le resulta incomprensible que un gran número de conciudadanos no abran un libro jamás. Aún recuerdo al dueño de un asador de Madrid que al vernos intercambiar todos los días libros entre amigos en una comida habitual se nos acercó y abrió su corazón para confesarnos que él no había leído un libro en su puta vida. Y lo dijo así, con nobleza brutal. No es raro que uno se sienta desfallecer al saber que no podrá compartir el placer de la lectura con sus congéneres y por eso se esmera por encontrar razones para convencer al otro, para estimularle la afición, para invitarlo al Edén privado.

Las autoridades, poco a poco, van dando la razón a la gente que no lee. Y la lectura va desapareciendo paulatinamente de los planes de estudio, más orientados hacia la fabricación de mano de obra especializada y votantes sin demasiada cavilación intelectual. Reconozcamos que pensar no es necesario para alcanzar los grandes placeres de la vida moderna y, si no es la busca de placer, poco habrá que mueva a las personas. De entre los millones de razones que uno podría dar para aficionar a la gente a la lectura, cada vez quedan menos que se mantengan con solidez, salvo ese placer privado e intransferible. Incluso se publican libros con la sola función de promover el consumo, que el propio objeto termina por ser enemigo de sí mismo. Sin embargo, se nos olvida mencionar la razón capital por la que es imprescindible leer.

Leer es irrenunciable porque vivimos en un tiempo donde todo el que tiene algo importante que decir está obligado a callar. Porque son tales la confusión y la marabunta de signos y mensajes que no hay espacio para la comunicación verdadera. Y por eso, el que tiene cosas que decir ha de volcarse en la intimidad y escribirlo. Ni siquiera esperar a publicarlo, sino a que se recupere tiempo después y sirva de aliento a generaciones venideras. Lo veo incluso entre las personas mayores que mueren: solo lo que dejan escrito llega a rescatarse por los más cercanos como un hilo invisible. Uno ha de escribir para ese nadie, que está más allá, y la lectura será el código de desciframiento, porque no podemos confiar en ninguna nueva tecnología, por la sencilla razón de que es caduca por los usos de consumo. Imaginen que alguien dejó algo importante dicho en una casete o en una cinta Betamax o lo envió por mail o mensajería de móvil. Escribir es la mejor forma de comunicarse con el futuro. Es esta la mejor razón para seguir leyendo y empujando a quienes quieran, en secreto, perseverar en esta costumbre. Será la única manera de que se ilumine su vida a través del talento del pasado. Cuando para algunos todo aparenta estar perdido, leer es el secreto mejor guardado del futuro.