Por qué la Liga no está sentenciada

Lo sorprendente es que el Barça fue mucho menos reconocible que el Atlético

Mascherano, Iniesta y Piqué conversan durante el Barça-Atlético en el Camp Nou.

Mascherano, Iniesta y Piqué conversan durante el Barça-Atlético en el Camp Nou. / periodico

ERNEST FOLCH

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Lo mejor de un Barça-Atlético no es que enfrente a dos grandes equipos sino que sirve para medir dos estilos a priori totalmente opuestos. Con el Real Madrid de Zidane todavía en fase de pruebas, el gran antagonista del Barça, desde el punto de vista estilístico, es sin duda el Atlético, al igual que en su día lo fue el Chelsea y más tarde el Real Madrid de Mourinho. Diego Simeone planteó el encuentro del sábado en el Camp Nou como un fiel ejercicio de fidelidad a si mismo: futbol sencillo, directo, poco elaborado pero rápido, con este eufemismo que ahora llamamos intensidad, y basado en sus dos pilares tradicionales: el portero y el delantero centro, el principio y el final de su libro de estilo. La jugada era perfecta hasta que al Atlético se le fue de las manos la dosis de intensidad, que acabó degenerando en una violencia tan evidente como gratuita, porque las expulsiones de Filipe Luis y Godín fueron tan justas como perfectamente evitables. Y con todo, nadie podrá decir que el Atlético no fue reconocible: quizás lo fue demasiado, y terminó suicidándose precisamente por leer su librillo al pie de la letra, es decir, más allá del reglamento y del sentido común, como demuestra la entrada a destiempo de Filipe Luis la entrada a destiempo de Filipe Luisque ya ha dado la vuelta al mundo.

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Sin embargo, lo sorprendente del partido del sábado es que el Barça fue mucho menos reconocible que su rival, y diluyó su personalidad en un resultadismo tan pragmático como poco seductor. Al principio, aceptó con cierta indiferencia las andanadas de su rival, que le puso contra las cuerdas cuando se avanzó en el marcador. A continuación, le dio la vuelta al marcador con una eficacia extraordinaria pero con un juego más bien plano, y finalmente, con dos jugadores más, optó por una especulación descarada con el marcador. Y es que el partido del Barça ante el Atlético puede dejar muy satisfechos a los que buscan los tres puntos a cualquier precio y a un cierto entorno conformista que no tiene problemas en verbalizar que lo único que importa es ganar, pero despierta dudas sobre el momento real que vive el equipo, al que últimamente le cuesta demasiado dominar los partidos e imponer su jerarquía.

Cierto, las estadísticas nos envían hoy un mensaje de euforia y hay quien ya se ha aventurado a proclamar que la Liga se ha terminado, pero en cambio las sensaciones que envía el Barça son de un equipo que mata pero que todavía no remata. El mismo día que el conjunto de Luis Enrique daba un golpe de autoridad numérica perdió la oportunidad de dar un golpe de autoridad moral, que es el que de verdad importa. Por mucho que los números digan una cosa, la realidad dice que el Barça se dedicó a marear la perdiz y a dejar pasar el rato. Las Ligas se ganan con anticipación no cuando la distancia numérica es muy grande sino cuando el juego se hace inalcanzable. La sentencia definitiva está todavía por llegar.