La rueda

Por qué no me gusta el fútbol

Practicar un deporte es muy divertido y sano, pero el fútbol profesional es una cosa lamentable

JULI CAPELLA

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Reconozco que tuve un trauma juvenil con el fútbol. Estábamos jugando -eso creía yo, jugando- y tuve la mala pata de, en un desvío desde la defensa, marcar un gol en mi propia portería. Al girarme hacia mis compañeros (eso creía yo, compañeros) tronchándome por la pifia, vi la cara de odio en sus rostros. Para evitar otro error como el cometido, ante un nuevo ataque del contrincante decidí no arriesgarme y pasarle la pelota a mi portero. Pero con tan mala pata que se le coló por debajo de las piernas. Segundo autogol. El furor convirtió a mi equipo en una jauría. Ni que decir tiene que salí pitando por piernas del campo, pues mi integridad física corría peligro. No por parte del enemigo, sino de mis supuestos colegas.

Lógicamente, no volvieron a dejarme jugar nunca más, por lo que empecé a dedicar los patios a pasear y me inicié en las canicas, mucho menos peligrosas. Hasta que recientemente mi mujer me convirtió al Barça y mi hija empezó a jugar en el Martinenc. Pero sigo viendo malas enseñanzas en el fútbol. Entiendo que practicar un deporte sea muy divertido y sano. Ahora bien, el espectáculo profesional del fútbol internacional creo que es lamentable. Unos clubs opacos, capitaneados por ricachones y mangantes. Esponsorizados por dictaduras y empresas muy turbias. Unas instituciones futbolísticas mafiosas, antidemocráticas y chanchulleras. Unos jugadores mimados, que escupen alegremente y putean. Que ganan absurdidades y encima no pagan impuestos. Con unos valores equivocados, donde solo cuentan los títulos, da igual cómo los consigas. Se chulean cuando ganan y comienzan a perder el tiempo. Y dan cabezazos, patadas y tiran botas cuando pierden. Con unos entrenadores agresivos, maleducados y chulos.

Por supuesto, habrá excepciones, supongo que en el fútbol amateur de quinta división. Ojalá que mi hija no llegue nunca a primera.