La caída del voto socialista en Catalunya

Por qué dejé de votar (al PSC)

El giro nacionalista emprendido por Maragall y continuado por Montilla no da buenos resultados

Por qué dejé de votar (al PSC)_MEDIA_3

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RAMÓN DE ESPAÑA

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Permítanme que recurra a una pequeña metáfora para justificar mi abstención, y la de mucha más gente, en las últimas elecciones:

Pongamos que a uno lo invitan a una cena, pero sabe de antemano que el menú va a dejar mucho que desear y la compañía aún más. Ante semejante tesitura, uno puede optar por quedarse en casa (la abstención) o presentarse a la cena, pero no probar ni un solo plato ni dirigirle la palabra a nadie (el voto en blanco). Yo hace años que, ante semejante invitación, opté por quedarme en casa, pero no por eso me considero un pasota, un frívolo o un ser antisocial (bueno, esto último, solo a ratos). Simplemente, la oferta se me antoja tan lamentable que hasta que no mejore la calidad de la comida y la catadura moral de los comensales, prefiero hacerme un bocadillo de mortadela y zampármelo a solas mientras me trago un par de episodios deMad men.

Antes de eso, yo había sido un votante contumaz del PSC. Durante los 23 inacabables años del pujolismo, en los que los de mi cuerda estuvimos a punto de morir de aburrimiento varias veces, soñé con que algún día triunfaría la izquierda en Catalunya y todo sería diferente: el nacionalismo dejaría de ser obligatorio, la relación con el resto de España sería más agradable, el castellano y el catalán convivirían en santa paz, florecería esa cultura cosmopolita intuida durante los primeros años de la transición y, en definitiva, daría gusto vivir en Barcelona, convertida por fin en lo que estaba llamada a ser antes de que llegase el comandantePujoly mandara parar: una de las ciudades más estimulantes de Europa, la Nueva York del Mediterráneo, el libérrimo distrito federal con el que soñaba mi amigoLoquillo…

Pero entonces llegóPasqual Maragalla la presidencia de la Generalitat y se sacó de la manga un nuevo Estatut que nadie le había pedido, como si el cargo impusiera decisiones extemporáneas, y la cuerda con España se tensó más que en la era precedente, ante el estupor de quienes habíamos votado por nuestro exalcalde favorito.

Y luego vinoJosé Montilla,un andaluz que se creía que era catalán, y se puso a sobreactuar sin tasa con la cuestión nacionalista, llegando un buen día al extremo de necesitar un intérprete para hablar en el Parlamento español con otro andaluz. El PSC, en quien muchos confiábamos para que fabricara una Catalunya que nos gustara más que la que nos había endilgadoPujol,se convertía, bajo un poderoso síndrome de Estocolmo, en una imitación defectuosa de su adversario. Y empezaba la pugna interminable sobre cómo debía ser el partido. Para unos, se estaba yendo al garete por un exceso de nacionalismo. Para otros, la culpa del desastre en marcha se debía, precisamente, a lo contrario, a que no se era suficientemente nacionalista. A día de hoy, sigo sin tener la respuesta a esa disyuntiva, pero sí puedo decirles que somos unos cuantos los que creemos que, entre otras cosas, ha sido la adscripción nacionalista de nuestra supuesta izquierda lo que la ha conducido a la irrelevancia que se le augura después de estas últimas elecciones. Total, puede pensar el elector indeciso, ¿para qué votar a una copia cuando puedes votar al original?

Así es cómo muchos votantes del PSC hemos acabado instalados en la abstención (y es posible que sin la deriva nacionalista del partido nunca hubiese surgido Ciutadans). Puedo estar equivocado, que conste. Igual no hay vida fuera del nacionalismo, pues hasta lo que queda de los comunistas -los emprendedores muchachos de Iniciativa per Catalunya-Esquerra Unida i Alternativa-se declara nacionalista: si el pobreKarl Marxsaliera de la tumba, los correría a gorrazos y les recordaría que su himno no se llamaLa independentistaniLa autonómica, sinoLa Internacional. Pero me resisto a creerlo. Lo que es indudable es que hoy día, en Catalunya, no hay ningún partido potente que represente a la gente como yo: un partido progresista, que se sienta tan catalán como español, y que ofrezca un programa de izquierda tan creíble como estimulante. Evidentemente, ese partido no es el PSC porque, hoy por hoy, nadie sabe qué es ni qué pretende. En cualquier caso, todo parece indicar que el giro nacionalista emprendido porMaragally continuado, con la fe del converso, por el inefableMontillano está dando muy buenos resultados.

Es así cómo nos han dejado huérfanos a unos cuantos. Y somos un grupo bastante amplio. ¿Nuestras características? No nos convence el nacionalismo de CiU ni, mucho menos, el de ERC. No nos gustan los resabios franquistas del PP. No nos podemos tomar en serio el discurso decimonónico de ICV. Y aunque somos conscientes de que, a fin cuentas, poco puede hacer la política en un mundo controlado por Goldman-Sachs (y una serie de gentuza no identificada), nos gustaría que, por lo menos, hubiese alguien en nuestra pequeña comunidad autónoma al que nos apeteciese votar.

Hasta entonces, mucho me temo que nos vamos a quedar en casa mordisqueando nuestros bocadillos de mortadela.

Periodista.