La encrucijada socialista

¿Por el mal camino?

Lo grave de la crisis del PSOE no es el proceso que desembocó en la caída de Sánchez, sino que sigue igual

Susana Díaz, Pedro Sánchez y Miquel Iceta, este martes, en el comité federal del PSOE.

Susana Díaz, Pedro Sánchez y Miquel Iceta, este martes, en el comité federal del PSOE. / periodico

JOAN TAPIA

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Una última encuesta dice que el PSOE, aunque recupera algo de intención de voto, es el partido que más ha decepcionado a los españoles (al 71%) y a sus electores (al 62%). No me extraña. Pasados ya seis meses de aquel bochornoso comité federal en el que Pedro Sánchez acabó dimitiendoPedro Sánchez, el PSOE sigue inmerso en las guerras que allí emergieron.

Hace años el PSOE utilizó en una campaña el eslogan Por el buen camino, que me pareció conformista, algo clerical. Acabo de leer el libro de Jordi Sevilla Vetos, pinzas y errores: ¿por qué no fue posible un Gobierno del cambio?, que describe bien –aunque con discreción– lo sucedido en el 2016, y tengo la sensación de que el PSOE corre el riesgo (siendo constructivo) de despeñarse por el mal camino: huir de analizar a fondo las causas de la derrota del 2011, no superar las guerras tribales intestinas, y no poner al día el programa socialdemócrata tras la crisis y la globalización, fenómeno que quizá solo Trump Pablo Iglesias creen reversible.

"GOLPE DE ESTADO CHUSQUERO" 

Octubre fue el final de la guerra que los barones del PSOE encabezados por Susana Díaz –que tienden a creerse dueños del partido– emprendieron, antes de las elecciones del 2015, contra Pedro Sánchez, el primer secretario general votado en primarias. Y al final –además de Zapatero– tuvieron el respaldo activo de Rubalcaba Felipe González, temerosos de que Sánchez apostara por unas nuevas elecciones. Pero el método empleado –Josep Borrell lo calificó de «golpe de Estado chusquero»– fue lamentable, y el remedio, desproporcionado. Se podía pensar que lo menos malo era no impedir la investidura de RajoyRajoy, pero habría sido suficiente, más coherente y habría dividido menos al partido (y a este con el PSC) que el PSOE hubiera seguido votando en contra y arreglado la abstención de un reducido grupo de voluntarios para evitar unas terceras elecciones. A no ser, claro, que se buscara (como sucedió) forzar la dimisión de Sánchez como diputado creyendo que así quedaría destruido (como no ha pasado).

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Pero Sánchez tampoco calibró bien. Tras el veto de Podemos y el resultado de junio solo había tres escenarios. Uno, ir hasta el precipicio y al final hacer como Rajoy pero a la inversa: colocar a Rivera Iglesias ante la opción de permitir la investidura socialista o afrontar nuevas elecciones. Era arriesgado, porque podía no funcionar, no garantizaba la futura gobernabilidad y habría exigido unidad y coherencia –inexistentes– entre los dirigentes socialistas. Dos, permitir de alguna forma la investidura de Rajoy. El PSOE lo podía hacer con la voz y la cabeza alta porque era Podemos quien, uniendo sus votos a los del PP –no se olvide–, había impedido un Gobierno de cambio. Tres, ir a nuevas elecciones, lo que aparte de muy aventurista podía incrementar la ventaja del PP.

SÁNCHEZ, ENCERRADO EN SÍ MISMO

El libro de Sevilla deja claro que Sánchez dudó, que se encerró progresivamente en sí mismo (muchos de los suyos de entonces no le apoyan ahora), y que al final quiso ser reelegido en primarias e ir a nuevas elecciones. Aspiraba así a mantener su liderazgo porque sabía que, si permitía la investidura de Rajoy, los barones le derribarían por perdedor y derechoso en el congreso posterior.

Lo grave no es tanto lo que pasó como que hoy seguimos igual. La gestora ha hecho bien dos cosas. Una, ayudar a la gobernabilidad aprobando el techo de gasto a cambio de subir el salario mínimo un 8%. Dos, el mensaje de Javier Fernández, que, enlazando los logros históricos con el incierto futuro, ha afirmado que el objetivo socialista debe ser «mantener el Estado del bienestar, que es el patrimonio de los que no tienen patrimonio».

PATXI LÓPEZ, EL TERCERO

Pero Fernández es solo provisional, y Susana Díaz y Pedro Sánchez se acusan de filopodemismo o de encubierto derechismo. Con la aparición de un tercero, Patxi López, con sentido común pero limitado ímpetu. De cómo asegurar el crecimiento para mantener, o adaptar, el Estado del bienestar –el gran reto de la socialdemocracia–, nada de nada. Es una tontería culpar a Pedro Sánchez –que aguantó y supo despertar esperanzas– de los malos resultados. Pero Sánchez se equivoca al no ver que, en un marco de cuatro partidos, la oposición frontal al PP, si es el más votado, ya no es suficiente si no puedes ofrecer un Gobierno alternativo solvente.

Si las primarias y el congreso no lo arreglan, nos encontraremos con un PSOE dividido y desnortado. Sería malo, porque la ausencia de alternativa razonable al Gobierno de Rajoy no solo perjudica a la izquierda sino que daña el prestigio de España como país sólido.